Uno entra en el trance del sueño, excitado por las expectativas que le ha generado un día pleno, quizá por la ilusionada reflexión que le ha provocado un repentino movimiento de maduración interior al caer en la cama. Se sumerge en lances que parece poco tienen que ver con la realidad que vive el ojo despierto, quejándose el cuerpo del calor de la noche veraniega o recogiéndose sobre sí mismo en el frío invernal. Pero, a veces, al despertar conserva uno el recuerdo de esos episodios y se siente encajado en la realidad, dotado de sentido por un sueño que ha unido las piezas del rompecabezas. Lo que no lográbamos incorporar en nuestra vigilia cotidiana ha sido digerido en el trance del sueño por la energía de un inconsciente lleno de sentido común, que ha asumido el timón dotándonos, con la directriz de la determinación de los instintos reconocidos, de rumbo.