Pensamientos en torno a lo que son para nosotros los sueños, que atraviesan las sombras de la noche pero también la vigilia, ofreciéndonos ilusiones y, por otro lado, autoconocimiento.
Sueños son lo que uno vive en nocturno descanso, atravesado el límite que se impone en los horizontes de la vigilia. Sentir que se vive, y quizá vivir cayendo en la cuenta de que no ha hecho falta una experiencia material. Que la vivencia anímica ya de por sí le ha servido a uno para enriquecer su bagaje personal. En un camino, el de las sombras de la noche, que nos otorga una certera luz. Regalando una chispa más de energía a nuestra conciencia, que, con ello, avanza en la aventura del autoconocimiento revelado.
Sueños son, también, zonas oscuras que no quisiéramos ver pero se nos muestran en el momento de la guardia baja. Son la huida de lo real que retrasa y retrasa el despertar hasta caer en la inactividad. Sueños, en fin, son lo que vivimos en la vigilia cuando nos abstraemos en nuestra personal imaginación: proyecciones de realidades futuras o, simplemente, proyecciones de nosotros mismos. Sueños que, a veces, se convierten en realidades y otras veces nos dan el disgusto de la decepción de una ilusión demasiado distorsionada.
El sueño es el complemento de la vigilia, la otra cara de la moneda. Es descanso y es placer. También puede ser sufrimiento. Sueño es algo en lo que no me miento, que me descubre verdades ocultas; pero sueño también es ese velo que corro sobre mí mismo. Soñar despierto no equivale a soñar dormido y, para tener conciencia durante el día, solemos olvidar la noche. Días y noches, sueño y vigilia. Ilusiones y autoconocimiento. Vivir en la actividad y el descanso reconstituyente. Al final, todo es un ciclo.