Microrrelato sobre la conexión entre un alma joven y una adulta, que ven, con ello, un sendero por el que salir de sus tinieblas.
Las sensaciones eran buenas. El joven confuso dialogaba con el adulto introvertido y ambos lograban, con ello, una conexión desde las tinieblas de sus almas. Eran, aquellas zonas profundas de sus seres, heridas invisibles, lugares de incomprensión y genio, que creían convertidas en insondables tormentas interiores. Cuál fue su felicidad al ver un sendero, un camino, una muleta en la que apoyarse: el uno, a través de la inocente extroversión del joven, y el otro, a través de la sabia experiencia del hombre ya maduro. La juventud apuró el que, sin saberlo, sería el cigarrillo que diera por terminado su vicio, y la madurez recobró aquella sonrisa olvidada que, en su juventud, comparaban con la del rostro del añorado padre.