De cine: El amigo de juventud y el séptimo arte. Asuntos de celuloide.

Recuerdos en torno al cine y la amistad de juventud.

Aquí trato de mis recuerdos sobre el cine, y del vínculo que ha tenido para mí el gusto con la amistad.

A vueltas con los recuerdos, la viva memoria de la experiencia valiosa, me fueron viniendo las ganas de volver a los gustos de juventud. Aquellas películas que una vez vi y me marcaron vienen a colación en el día de hoy. La belleza de los gustos conquistados en el terreno artístico, como en tantos otros, viene asociada a la gratitud hacia amistades que un día se crearon y, quizá, en un punto del camino inesperado se truncaron. Fue el caso mi deleite en el aprendizaje, a través del amigo de juventud, de privilegiados recovecos del cine a una edad temprana.

Gocé de Coppola o de Howard Hawks, dos grandes directores de épocas muy diferentes, y, sobre todo, fui creándome un sentido del gusto que, más adelante en mi vida, me ha servido como guía para encontrar nuevas identidades en el arte. Vi, por aquellos años de juventud, la película de Robert Altman Vidas Cruzadas, que me ha vuelto a deleitar cuando la he visto de nuevo últimamente. Es también el caso, esta vez en un descubrimiento de la edad adulta que no hubiera sido tal sin aquella guía de juventud, la película Two lovers, de James Gray, que en su momento me encandiló y he revisitado. Agradecido, pues, en primer lugar a la vida que nos da momentos de contacto humano perdurables en la consolidación de la personalidad, y, en segundo lugar, al séptimo arte.

Reflexión: La conquista de la felicidad. Una vida que trascurre.

Reflexión en torno al recuerdo de la infancia feliz desde la perspectiva de la madurez.

Reflexión que vuelve el pensamiento hacia la infancia feliz, para luego regresar a la perspectiva que otorga la serenidad en la edad madura.

El pasado supuso la conquista de la felicidad. Una lejana felicidad, con la mente nublada pero felicidad al fin, entre prados y animales: en el pueblo de mi padre. También lo supusieron aquellas tardes en que veíamos, los niños en nuestras travesuras, el sol declinar hacia un crepúsculo antes del cual sabíamos que debíamos llegar de vuelta a casa. Antes del que nos desafiábamos a tirar nuestro último petardo. Eran, aquellos, los tiempos de las monedas de 25 pesetas para que el niño disfrutara en su ocio. Luego, llegó el crack, la desilusión, los cristales rotos de la identidad. Pero fueron, aquellos años de infancia, tiempos felices.

Me veo ahora, con la perspectiva que otorga la edad madura, sereno en el recuerdo que no se torna nostálgico. Y me pregunto cómo es que aún tengo energías para seguir por el sendero. El hombre que fue silencioso, que luego perdió levemente su mutismo para hablar deslavazadamente, la persona de las mil heridas que se rehízo mil veces y, hoy, vive en una serenidad consistente que, sorprendentemente, aún no ha vuelto a alcanzar la plenitud vital y de conciencia de aquellos años infantes. Viendo con valentía cómo la vida transcurre.

Microrrelato: Las sensaciones eran buenas. Encuentro entre juventud y madurez.

Breve narración sobre el enriquecimiento mutuo entre un joven y un adulto.

Microrrelato sobre la conexión entre un alma joven y una adulta, que ven, con ello, un sendero por el que salir de sus tinieblas.

Las sensaciones eran buenas. El joven confuso dialogaba con el adulto introvertido y ambos lograban, con ello, una conexión desde las tinieblas de sus almas. Eran, aquellas zonas profundas de sus seres, heridas invisibles, lugares de incomprensión y genio, que creían convertidas en insondables tormentas interiores. Cuál fue su felicidad al ver un sendero, un camino, una muleta en la que apoyarse: el uno, a través de la inocente extroversión del joven, y el otro, a través de la sabia experiencia del hombre ya maduro. La juventud apuró el que, sin saberlo, sería el cigarrillo que diera por terminado su vicio, y la madurez recobró aquella sonrisa olvidada que, en su juventud, comparaban con la del rostro del añorado padre.

Recuerdos: Larga vida al pueblo. Volver a la infancia.

Aquí echo la vista atrás a los recuerdos rurales de mi infancia.

Aquí trato de los recuerdos que me trae el pueblo donde naciera mi padre, espacio de mis juegos infantiles.

El ambiente natural de los veranos de mi infancia definió una parte importante del carácter que se iba abriendo paso en la vida de forma tan temprana. Los animales, el entorno de campesinos, la vastedad de los espacios donde uno podía jugar, abrían de par en par el corazón del niño para hacer que su ser se expandiera.

El verano rural contrastaba con nuestra vida habitual urbanita, en la ciudad de Madrid. Era el pueblo donde nació mi padre aquel lugar mágico. Un lugar del que, con la llegada de la adolescencia, me fui desvinculando para, una vez acaecida la trágica pérdida de la figura paterna, precisamente herido de manera definitiva cuando se dirigía al lugar que le vio nacer, volver en una edad ya más madura. El lugar ha inspirado algunos de mis mejores textos, como Escapada, que podéis leer en la colección Hacia la musa. Relatos del amor perseguido. Tras unos cuantos años en que parecía ir decayendo en vitalidad, con la pérdida de sus habitantes y las tradiciones agrarias, vive un nuevo florecimiento que, esperemos, se prolongue en el tiempo. Larga vida al pueblo.

Microrrelato: Un velo en el paraíso. Sueño.

Narración breve sobre la contemplación de la belleza.

Microrrelato que trata sobre el velo que cubre a la belleza que observas tocado por la gracia y la salida de ese paraíso con el despertar.

¿Era una escultura? De tacto suave y pétreo, me transmitía, sin embargo, la sensación de que latía. ¿Era un árbol? Me provocaba la alegría que generan los árboles floridos invitando a ese amor que dicen tan característico de la primavera. Por más que me detenía a observar su figura, no llegaba a una conclusión. Como si la naturaleza de la belleza fuera algo intangible, invisible desde el momento en que uno siente -feliz percibía yo su figura- que está tocado por la gracia. Cuando me desperté, perdí el velo de la inocencia, de la felicidad de una cierta niñez, aquella en que uno siente que ha estado en el paraíso.