Uno entra en el trance del sueño, excitado por las expectativas que le ha generado un día pleno, quizá por la ilusionada reflexión que le ha provocado un repentino movimiento de maduración interior al caer en la cama. Se sumerge en lances que parece poco tienen que ver con la realidad que vive el ojo despierto, quejándose el cuerpo del calor de la noche veraniega o recogiéndose sobre sí mismo en el frío invernal. Pero, a veces, al despertar conserva uno el recuerdo de esos episodios y se siente encajado en la realidad, dotado de sentido por un sueño que ha unido las piezas del rompecabezas. Lo que no lográbamos incorporar en nuestra vigilia cotidiana ha sido digerido en el trance del sueño por la energía de un inconsciente lleno de sentido común, que ha asumido el timón dotándonos, con la directriz de la determinación de los instintos reconocidos, de rumbo.
Pensamiento en suspenso
Silencio interior. El pensamiento en suspenso, saliendo del profundo descanso que supone una siesta en pleno mes de agosto. Relajación y vacaciones pandémicas. Sentarse al teclado, ver la pantalla en blanco y dejar que fluya de nuevo el pensamiento, la dialéctica interna y el ciclo de las palabras. De fondo, música ochentera. Deleitarse en la visión del día a través de la ventana: hoy el sol nos ha dado un descanso y dan ganas de salir a la calle, activar el cuerpo, mover las piernas, encontrar al prójimo. Más allá de todo silencio, plena actividad. Pero reconoces una melena y el pensamiento vuelve a quedar en suspenso. Es ella, la belleza que pone música a tu silencio interior. Tu pareja, tu compañera, tu amor. La fuente de la que manan las energías de tu día a día.
Filosofar
Filosofar: estar sentado en la butaca escuchando la voz melodiosa de una mujer en una canción suave y frágil. Hacerlo mientras tus pensamientos se van alejando de las preocupaciones inmediatas de la vida práctica para elevarse hacia abstracciones que ligan tu intimidad más esencial con los mundos que va creando tu pensamiento imaginando. Filosofar. Imagina, pues, que tu vida ha aprendido a defenderse del velo de las sirenas del consumismo, que regresas, así, de la alienación, paradoja, del mundo físico para reencontrarte con tu identidad más genuina. Eres tú porque el manto que te arropa ha dejado de ser el agua turbia que protegía tu baño de vida de los vientos frescos de la intemperie para volver a ser aquello que eras en origen, desarrollado, crecido: agua cristalina y limpia, pura, en que te ves reflejado con total claridad. Y así, adulto ya, llegas a la autoconciencia.
Atravesar el trance en confinamiento
Pensamientos fugaces en el reducido espacio doméstico. Días de recogimiento y prudencia. Abrir las ventanas veraniegas, las puertas… que corra el aire en el salón y penetre en mí el aroma de la intemperie soleada. Alzar la mirada y observar, en dirección contraria a la brisa agradecida que penetra desde el exterior, el mundo más amplio que estas cuatro paredes desarrollándose, al ralentí, en la calle durante esta extraña pandemia. La ansiedad de la aurora se va impregnando de vitalizante luz natural y la brisa acaricia mi conciencia adormecida, provocándome un despertar interno. Vivir, convivir, resistir. Todos a una y, a veces, cada cual por su lado. Imprevisto que nos enseña a mirar atrás en la memoria de la humanidad y ofrece una dolorosa cura de humildad. Y, al fin y al cabo, vivir, atravesar el trance en confinamiento, en este presente incierto con solución cierta.