Relato: Evocarte. Una vida desde el cielo.

Relato que evoca el amor desde el más allá.

Relato en que, desde el espacio de la eternidad, se evoca al hombre amado y la vida que compartieron. Es la otra cara del relato precedente: Juan Ortiz. Una vida.

En esta eternidad en que he ido a instalarme, es el recuerdo de la vida lo que alimenta la chispa de mi existencia divina. Y, de mi vida, qué decir: mi vida fuiste tú, Juan, desde la primera mirada en aquel teatro intrascendente. Añoro, en este sinvivir, tus susurros al oído desvelándome el secreto de tu infancia: cómo, prematuro, empezaste a devorar libros en la Barcelona que te vio nacer mientras, cuando te reclamaban los demás, contestabas con una tímida voz entrecortada. Considerabas un mérito de tu temprana inquietud que te inscribieran en un colegio privado, y libraste, desde que empezaste aquella educación privilegiada, una dura batalla con los fantasmas de la religión.

Recuerdo una tarde lluviosa de mi querido París en que me soltaste, valiente, que venciste aquella lucha una tarde de otoño -qué bien recuerda la gente momentos puntuales que se convierten en hitos de su vida- en que saliste, con unas extrañas ganas de tomar el aire, a fumar un cigarrillo fuera de la facultad de Derecho y descubriste tu ateísmo. Fue entonces cuando, más confiado, pudiste empezar a abrirte a la mujer: un par de relaciones para una personalidad por lo demás curtida y, poco después de tu primera novela, venir a París para que surgiera entre nosotros esa magia que siento no ha desaparecido en la distancia. Esta ciudad te tomó como hijo adoptivo y, en ella, pasamos largos años de amor, de roces y rechazos, de confesión y de pasión. Y siempre llevaste, en tu mente y en tu corazón, a esa tu otra amante que es la tierra que te vio nacer, dando lugar a un raudal de palabras que conformaron tu prestigio como escritor.

Nos preguntábamos quién sería el que se adelantase en perder el hilo de la vida, el invitado de las parcas, y fui yo quien vio apagarse su corazón y cerrarse sus ojos en primer lugar. Unos ojos que se han abierto en este extraño espacio de trascendencia, donde la eternidad permite observar, con sosiego, las lágrimas en tu mirada envejecida mientras paseas por el Albaicín y la Alhambra, en una jubilación enamorada que me piensa. En una cuenta atrás para que nos reunamos en este hogar celestial.

Relato: Juan Ortiz. Una vida.

Relato que recorre la vida de un escritor.

En este relato, el autor la narra la vida de Juan Ortiz, un hombre de letras con profunda vocación.

Una fría mañana barcelonesa del invierno de 1931, en un hogar que apenas lograba calentar la estancia, venía al mundo el bebé menudo al que sus padres llamarían Juan, como el apóstol. Ocupaba un discreto tercer lugar en la línea de descendencia de aquel matrimonio bien avenido.

La temprana edad a la que empezó a inclinarse por una reservada vida de lectura, llevó a sus padres a otorgarle el privilegio que tan sólo había conocido el mayor de los hermanos: lo inscribieron en el colegio de los jesuitas de Sarrià, creyendo ya, por aquel entonces, que escucharía la llamada de la vida monástica.

En interna contradicción con la mística y confuso sobre su futuro, se matriculó en una carrera salvavidas: Derecho. Fue allí, entre libros de leyes y tenaces profesores que apostolaban sobre las virtudes del régimen, donde recibió la llamada de una vocación: mientras, por los vericuetos de la ley, tantos seguían el camino más recto hacia la vida acomodada y, algunos, hacían esfuerzos por encontrar las luces que dieran una salida al túnel de la dictadura, él se rebelaba en lo más profundo de su interior contra sus propios fantasmas: se refugiaba en la biblioteca y leía absorto literatura contemporánea, impregnándose de mundos nuevos que nunca hubiera imaginado y despertaban su conciencia hacia la creación de un mundo propio. Juan se aficionó a frecuentar tertulias literarias, hizo amistades que le dieron el aire vivo del ambiente bohemio y dieron un último empujón a su determinación: empezó a escribir. Una fresca tarde de otoño, tras hacer una pausa de sus lecturas y salir, en soledad, a estirar las piernas fuera de la facultad, descubrió su ateísmo mientras fumaba un cigarrillo y observaba embebido el crepúsculo.

Juan dejó la universidad tras publicar su primera novela, viajó a la ciudad de la luz y se enamoró de una melena morena, rizada, que ondeaba sobre una mente que fluía con la intensidad de unos tiempos convulsos. Desde entonces, la relación de Juan con su país fue de lejanía física y una intensa proximidad intelectual, desarrollando en su imaginario un mundo que fundía su presente parisino y su pasado español.

Cuando, todavía rizada pero ya canosa, falleció aquella melena que un día lo enamorara a la entrada del teatro, él decidió abandonar la narrativa. Poco después, se mudaría a Granada y dejaría que pasaran sus últimos días entre paseos por el barrio del Albaicín y la Alhambra, en una rutina que se asomaba al recuerdo con brillo en sus ojos acuosos. En su lápida se lee: “Juan Ortiz. Escritor. Barcelona 1931-Granada 2017”.

Microrrelato: En un pueblo francés. Recuerdos de una tragedia.

Breve narración sobre el recuerdo de una tragedia por amor.

Microrrelato en que el autor narra los recuerdos de un anciano en forma de una tragedia que truncó su camino por la vida.

Miro a través de la ventana de este pueblo francés remoto en que he fijado mi residencia desde que dejara de dar vueltas sin rumbo por el mundo, huyendo de la tragedia vivida. Una muerte que escoció, la ruptura de mi familia y una huida hacia adelante, para sobrevivir, recuperarme de la continua sensación de asfixia. Mi mente, ahora, hoy mientras mis ojos recorren la callecita frente a casa, tan diferente de aquellas amplias avenidas de la metrópolis alemana que fue el lugar donde nací, el espacio que me vio crecer y madurar, mi mente vuelve a la tragedia del pasado y una sensación de vértigo me invade al ver la distancia que me separa del suelo de la calle. Lo fácil que sería cometer una imprudencia. Sin embargo, me giro y sigo el ritual al que me he ido habituando con mi estancia aquí: preparo algo que entretenga mi estómago a media mañana, bebo un poco del exquisito vino tinto de la zona y me dirijo con paso calmado hacia el salón. Allí, luce el cuadro que me regaló mi hijo: es ella, su prometida, la amante que cambiara mi vida y segara, en un arrebato de locura, o simplemente por no poder más con la tensión de amar al padre y al hijo, de esconderse, de vivir en conflicto, segara su vida y la de mi hijo de un volantazo. Cuatro palabras antes de morir y se llevó su belleza el viento.

Microrrelato: El pisito. Una colaboración.

Breve narración sobre la memoria del amor.

Microrrelato, cortesía de Gara Fariña, quien compartiendo estimulantes momentos de escritura dio a luz una breve narración sobre el amor recordado.

Yo gozaba de visitarle una y otra vez en su piso cerca de Valencia. Me embarcaba en una aventura de ir en tren, cogiendo las prendas de ropa justas y necesarias sabiendo que serían suficientes ya que cuando estás a gusto todo lo que sucede está bien. Él vivía en su pisito de forma austera, sencilla, con buena alimentación, con muchos detalles y recursos para que mi alma de niña se sintiera infinitamente entretenida. Además, el sexo era rico, me curaba de cada miedo a través de su amor y gozaba cada minuto de su entrega, su estar, su creatividad y todo lo que venía de mí… hasta que no lo volví a ver otra vez, pero guardé aún algunas de sus costumbres en mi cotidiano.

Microrrelato: Hijo de la noche. Una caída.

Breve narración sobre la inercia festiva.

Microrrelato que narra la vida efímera de inercia festiva en el marco de un verano en la gran ciudad.

Tórrido es el verano en que él, pero largo, moreno, ojos marrones y una silueta bien plantada en el suelo que, hacia lo alto, parece tocar el cielo, sale a las calles de la gran ciudad para festejar la llegada del gran sábado. Bien acicalado, pantalón azul de lino y una camiseta que homenajea a su ciudad natal con un gracioso dibujo, flirtea ya con la seducción nocturna.

Se reúne con amigos y atisba la aventura del deseo en la discreta observación de los desconocidos. Habla, bebe, fuma, ríe, baila y seduce. Mientras su vida se va esfumando entre festejos de superficialidad.

Él, que siempre presumió de desear una vida creativa, asentarse en el amor y hacer desaparecer la melancolía creciente que le acompañaba cuando le surgía una chispa de conciencia del tiempo perdido, vivirá y morirá sumido en la más absoluta mediocridad. Él, hijo y víctima de la noche.