Microrrelato que nos cuenta cómo la huella de una seducción de juventud a través de una mujer madura florece en la edad adulta, una vez sanadas las heridas.
De una juventud floreciente surge el deseo incipiente. La mira y la observa, cada vez con mayor interés. Sin saber que ella, ya en el ciclo de la madurez, está manejando las artes de la seducción, atrayéndolo hacia sí. Un día, se ve flirteando con esa atrevida amiga de la familia en una cena, donde no les importa que estén los padres del joven. Irreverentes. La consumación de deseo parece ir acercándose a buen paso pero, un buen día, el alma del joven se rompe, entra en un mundo de confusión que le llevará a un largo período de sombras y carencias afectivas.
Con el paso de los años, en la llegada a la edad que tuvo ella cuando utilizó sus artes, el hombre ya maduro, que no ha conquistado los terrenos del amor como se prometía en aquellos albores de la juventud, se va topando con ella en momentos esporádicos de recuerdo. Incluso, un día, cree distinguirla, ya anciana, caminando a lo lejos por la calle.
La penumbra, que acompañó los años del joven de una forma más dilatada que la esperada, ya sólo aparece en las noches de sueño, pero es una penumbra plácida, de habitual descanso. Y es en una de esas sesiones de cama solitaria y ensueño cuando descubre que no quiere despertar porque está soñando aquel amor que nunca se consumó en la vigilia.