Microrrelato en que el autor narra los recuerdos de un anciano en forma de una tragedia que truncó su camino por la vida.
Miro a través de la ventana de este pueblo francés remoto en que he fijado mi residencia desde que dejara de dar vueltas sin rumbo por el mundo, huyendo de la tragedia vivida. Una muerte que escoció, la ruptura de mi familia y una huida hacia adelante, para sobrevivir, recuperarme de la continua sensación de asfixia. Mi mente, ahora, hoy mientras mis ojos recorren la callecita frente a casa, tan diferente de aquellas amplias avenidas de la metrópolis alemana que fue el lugar donde nací, el espacio que me vio crecer y madurar, mi mente vuelve a la tragedia del pasado y una sensación de vértigo me invade al ver la distancia que me separa del suelo de la calle. Lo fácil que sería cometer una imprudencia. Sin embargo, me giro y sigo el ritual al que me he ido habituando con mi estancia aquí: preparo algo que entretenga mi estómago a media mañana, bebo un poco del exquisito vino tinto de la zona y me dirijo con paso calmado hacia el salón. Allí, luce el cuadro que me regaló mi hijo: es ella, su prometida, la amante que cambiara mi vida y segara, en un arrebato de locura, o simplemente por no poder más con la tensión de amar al padre y al hijo, de esconderse, de vivir en conflicto, segara su vida y la de mi hijo de un volantazo. Cuatro palabras antes de morir y se llevó su belleza el viento.