Microrrelato que narra cómo, en un día veraniego de aparente apatía, surge una relación inesperada a través del influjo del arte.
El día se presentaba negro: el calor derretía cualquier voluntad de hacer algo provechoso y el opresivo ambiente doméstico, del que el calor incapacitante me hacía inevitablemente víctima, no hacía sino aumentar el círculo vicioso de un estado pasivo y deprimido. Viendo el fin de semana pasar ante mí.
A media tarde, sin embargo, después de mi enésima siesta del día, se me ocurrió abrir la puerta del balcón y salir para satisfacer mi curiosidad por conocer el estado de las cosas ahí fuera. Para mi sorpresa, eran ya las seis de la tarde, el calor había decaído y se veía bastante gente en la calle, de un lado para otro. Ellos sí, en busca de su momento feliz: la noche del sábado.
Me animé y, como no tenía grandes planes, me acicalé y me planté, junto con mi amigo, el muy afectuoso pero persistente hasta la pesadez en lo relativo a las artes don Pedro, que así llamaba yo a Pedrito, en la puerta del cine. Una película que, como no podía ser de otro modo, había propuesto él.
Resultó tratarse de una peli con un fuerte componente gay, una gran sensibilidad y alguna escena picantona. Yo disfruté del metraje sin pararme a pensar en mayores trascendencias. Cuando salimos, como tantas otras veces, el gordito Pedro me invitó a cenar en su elegante piso de la zona alta, no muy lejos de allí. Nada más llegar a su casa, noté como le invadía un aire de solemnidad: el modo de quitarse el sombrero que le acompañaba a todas partes, el tono de voz, los movimientos de las manos o la expresión de su mirada.
Allí, cenando una ensalada con pescado y vino blanco, la conversación se animó como tantas otras veces pero, esta vez, acabó por emerger, animada por el buen vino, la magia que nos había transmitido la reciente sesión de cine. Inmersos en ese aire de romanticismo al que invitaba la película, nos dejamos llevar por novedosos sentimientos. Quizá, si hubiera sido una inspiradora película del Oeste hubiéramos acabado pegando tiros con pistolas simuladas en el balcón de su casa pero el caso fue que, de tanto arte, acabó surgiendo el amor.