Microrrelato que trata sobre el redescubrimiento de la vida por parte de una singular pareja.
El hombre se mesó el cabello canoso tras apurar el café mientras esperaba a que saliera del baño su acompañante en la cafetería del museo. Reflexionaba, lanzando la mente a la memoria, al pasado. A lo que nunca fue pero pudo haber sido. Se dio cuenta de que no era, el momento presente, historia para tales capítulos. La vida pasada se fue y no tenía sentido fingir una madura juventud. Pelirroja, pantalón vaquero ceñido sobre su cuerpo bien formado por el ejercicio y una edad más temprana, salió del servicio con una sonrisa en el rostro. Esa expresión que buscaba una mente lúcida y una guía en la vida. La visión de una mujer herida aún en la flor de la vida. Se acercó a él, le besó notando un inusual recato en sus labios y frenó. Le miró, le notó cariacontecido y le lanzó una interrogación con la intención de esclarecer el misterio. Él tenía la opción de volver al redil de la distracción y el gozo, declinar la conciencia de su vida presente en favor del olvido entretenido. Tenía la posibilidad de engañarse. El acontecimiento fue que vio el espejo de sí mismo reflejado en los ojos almendrados de ella, unos ojos que, húmedos, empezaban a intuir el desastre. La mente de aquel hombre se había activado y estaba dispuesto ya a explayarse con palabras incisivas pero explicativas. Sin embargo, antes de que abriera la boca sus ojos ya expresaron la esencia de su pensamiento, de su sentimiento, de ese estado anímico tan raro y rebelde como es revivir. Creyó, por un breve instante, que ella montaría una escena, pero bajo los ojos acuosos de aquella joven mujer emergió una sonrisa que no sólo indicaba que le comprendía sino que parecía que, por contagio, volvía a entenderse a sí misma, recobrando el sentido perdido. Se levantaron, salieron del museo y caminaron juntos por el jardín esplendoroso bajo el sol de mediodía.