Pensamientos en torno a una fecunda amistad que persevera en su cercanía pese a la distancia física.
Viajes a la lejanía, a una distancia que impide el contacto estrecho. Aquel que hace del trato cotidiano la fuente de una acostumbrada riqueza en el cariño. Ella, en búsqueda de un espacio propio que habitar, un espacio en forma de terruño pero también un espacio vital, marchó.
Uno siente que, quizá, ese terreno de la complicidad pasada ya no se recupere, distante que es el espacio: frontera en la comunicación. Cada uno haría su camino de forma natural. Sin embargo, un buen día, él recibe su llamada, esa forma de contacto a la que, últimamente, se han acostumbrado, y descubre, revive, el hecho de que no hay quien le conozca mejor que ella y que, ello, es fruto del fuerte cariño mutuo, que sacude fronteras. La distancia espacial no lo es tanto para la fina sensibilidad, para la inteligencia atinada. Y uno agradece que hayan tocado, otra vez, esa tecla que permite poner de nuevo a punto de forma fina el organismo, como si de un mecánico que le hiciera a uno una revisión se tratara. Un mecánico que resulta ser el afecto más cercano. Cercano en la lejanía.