Entre libros: El bueno de Ernest. Entre el placer y la memoria.

En torno a la lectura y recuerdos: Ernest Hemingway.

Una pequeña reflexión en torno a mi lectura de Adiós a las armas y mi relación con el mito de Ernest Hemingway.

He experimentado hace poco el extraño placer de leer a Hemingway en extenso. Digo en extenso porque, habiendo leído narrativa suya de corte más breve, es la primera vez que abordo una novela suya.

Adiós a las armas, la obra en cuestión, me ha llevado a rememorar aquellos años de juventud en que se me inculcó el interés por este mito, y la ilusión que pude transmitir a personas cercanas de entonces hacia su novela breve, hito de felicidad para los tiempos sombríos de mi juventud, El viejo y el mar.

Pero estaba hablándoos de Adiós a las armas, una obra a la que agradezco un par de semanas de estupendo entretenimiento gracias a una historia estupenda, dinámica a más no poder y con unos diálogos brillantes. Lástima que el bueno de Ernest deje caer con excesiva facilidad el recurso a la copa de alcohol a lo largo de sus páginas.

Lo que me ha generado la fluidez de la prosa en esta obra de Hemingway es, para concluir, afecto renovado hacia tan famoso personaje, pero también cierto sano desengaño hacia el mito para ver que, detrás, no había más que un destacado escritor, que no deslumbra con su novela pero sí alumbra. Ilumina.

Pensamientos: La virtud. Un proyecto de vida.

Reflexión del autor sobre su búsqueda de la virtud.

Pensamientos en los que, a través de la alteridad, el autor reflexiona sobre la virtud: madurez y sabiduría cuya admiración nació en la juventud.

Quizá, en la otoñal mañana de este verano extraño, uno tome el camino recto hacia la virtud. Se dice que esta es aburrida, que obstruye la diversión y nuestra característica picaresca. Pero, pienso yo repentinamente, abre el corazón.

La gente camina en calmada lentitud por la calle, con un aire de vacaciones veraniegas. Despreocupada. Tú, descubres que lo bueno, por sentido común, tiene toda la probabilidad de cobrar forma de madurez y sabiduría. Aquella misma sabiduría que admirabas en tu juventud. Descubres que los bienes materiales constituyen una fortaleza en la que cobijar el cuerpo y alimentar el espíritu con calmada tranquilidad. Pero también sabes que capitalismo abriga una trampa que ciega: la ambición, la prepotencia o, simplemente, una suspicacia ante quien no tiene lo que has alcanzado con el sudor de tu frente.

La gente transita calmada, a paso lento por la calle fresca en este verano extraño, y tú te empiezas a ver, de nuevo, centrado. Como si estuvieras empezando a cerrar el círculo que se empezó a dibujar cuando, con profunda clarividencia de juventud, te planteaste el proyecto de vida que seguirías durante tantos años.

Microrrelato: Hacer balance. Una oportunidad.

Una historia que hace balance de la pandemia como una oportunidad.

Un microrrelato que es a su vez una reflexión sobre el arte de hacer balance de una pandemia que va quedando atrás: el momento de repensar la vida y la naturaleza.

Alza la mirada, observa tu entorno. Busca el encuentro. Un largo periodo de desconexión. Carencias afectivas: pérdida de la socialización: vida en pandemia. Y va llegando un resurgir. Una vida que se quiere complementar con el ser cercano, notar el tacto de su piel, la humedad de su boca, el roce de sus formas. Reencontrarse con la caricia perdida.

Hace un año que a muchos no les ves, o les ves pero no les tocas. Cuando les ves, es sobre esa mascarilla que ya es un signo de los tiempos a quedar atrás. Todo tan poco natural como el aire contaminado que respiramos, tan artificial como ciertas relaciones que labra la era digital.

Reunidos de nuevo, vacunados de pandemias, recordáis cómo, de pequeños, veraneabais en esa España que dicen vaciada. Viaja la memoria a ríos y mares limpios en cuyas orillas quedabais magnetizados por el reflejo de la luz solar en el agua.

Es la oportunidad de tratarla de cerca de nuevo, de ir recobrando el contacto de la emoción más directa, del pensamiento en diálogo. Es el momento de revivir y retomar la oportunidad que creíste ahogada de entrar en las esencias de su intimidad. Es el momento de repensar la vida, de reconquistar el verde de la vegetación y el azul del cielo y el mar. Toca hacer balance.

Microrrelato: El poso. La vida en cuenta atrás.

Historia sobre el balance de la vida en la madurez.

Microrrelato sobre el hombre maduro que, en una suerte de balance de la vida, ve cómo ha entrado ya en declive y le toca, ya, valorar la vida en su cuenta atrás.

Me dijeron hace poco que, a mis cincuenta años cumplidos, debía dejar de tomar alcoholes fuertes, aunque fuera ocasionalmente. Me dijeron que me convenía caminar una horita al día. Nada de machacarse en el gimnasio: paseos a ritmo moderado pero constante. Me impusieron la responsabilidad de seguir una dieta blanda.

Hace pocos años, me implantaron dos muelas a precio de oro. También tuve mi primer episodio oncológico. Era obeso y no me comía un colín, con mi timidez añadida. De repente, ha pasado el tiempo, he adelgazado por prescripción médica y me veo bien ante el espejo. Salvo cuando miro fijamente mis ojos y penetro en mi esencia declinante. He ganado la sabiduría que me daría confianza ante vidas más jóvenes, pero he perdido el vigor físico necesario.

De tal modo, salgo un día a la calle, como tantos otros, hipnotizado por la belleza de la juventud y el equilibrio de la madurez, buscando, al alzar la mirada, un cielo no contaminado, esperando un haz de luz revigorizante sobre mi rostro. Y me digo que la vida sigue en su cuenta atrás, como un reloj de arena al que ya hemos dado la vuelta para que su contenido empiece a caer. Generando un poso, el poso de la vida.

Pensamientos: Frágil estrella del tiempo. Recuerdos de un afecto.

Recuerdos de un sueño que da sentido a un afecto de antaño recuperado en el presente.

Pensamientos que recogen el sueño que cierra el ciclo de un lejano afecto, entre la juventud de mi persona y un hombre que ya peina cabello blanco, en un presente de reencuentro.

En un ambiente onírico, por cuanto tiene de inesperada mi compañía, grata, cálida, entrañable. Tantos años fueron los que pasamos conversando construyendo un puente sobre la frontera que establecía nuestra edad, él con su cabello blanco y yo con mi juventud herida, mesurada y, a la vez, torrencial.

En tales circunstancias paseo por las proximidades de la que tantos años fuera mi casa, mi hogar, ahora disfrutado por vidas diferentes que quieren cumplir su propio ciclo. Conversamos, el hombre ya anciano y yo, al principio levemente, con mucho tacto: el propio de dos personas que, en su aprecio mutuo, hace tantos años que no se ven, en un encuentro que, ya, ni esperaban, salvo por la perenne intuición de que el destino lo obraría algún día. Encuentro, conocimiento, vínculo perdido en el océano del tiempo y, por fin, tiempo recuperado.

Antaño proyectamos futuros, de los que hablamos ahora, en tono risueño, como un pasado consumado. El afecto, interiorizado, se había perdido en la profundidad de la intimidad inconsciente y ambos, peleados con nosotros mismos y nuestros fantasmas, zarandeábamos sin saberlo la confianza que un día nació, el calor que se nos transmitió, pero siempre conservamos en nuestro interior la sabiduría transmitida por el contacto cercano y continuado. Sin duda, frágil estrella del tiempo, el afecto verdadero superó por fin, mientras nos mirábamos, el viejo y yo, al correr de los vientos de la actualidad, las trabas.

Así que, pasado un tiempo en que el recuerdo de este sueño reposa, me siento, el aliento reposado, y escribo este testimonio tan meditado como sentido.