Como la seda

Este verano, en cierto modo, va como la seda. Con la experiencia del confinamiento y la relativa carencia de libros físicos en mi biblioteca -piénsese en la libertad de elección que supone disponer de las facilidades de una biblioteca pública o las tentaciones de una librería-, he aprovechado para hacer cierto acopio de libros. Entre ellos, recordando el consejo que me dieran durante la juventud, consejo al que, como veréis, atiendo de tanto en tanto, he escogido algunos de poca extensión. Aplicado en la práctica, ante ciertos estados de ánimo el consejo va como la seda. Por aquello de ver el esfuerzo de lectura satisfecho con facilidad, por lo gratificante que resulta la sensación de acabar de leer una obra y sentirte en ese especial momento que es la elección de una nueva lectura. Estos, pues, son los preliminares que me hicieron llegar al libro que concluí ayer.

Alessandro Baricco (Turín, 1958) me llamó la atención durante los años de mi formación creativa por el taller literario que fundara en su Turín natal. En cambio, el éxito de su novela corta Seda (1996) no suscitó mi particular curiosidad y lo consideré, más bien, fruto de una literatura fácil de leer y tendente a mostrar una belleza estilística algo truculenta y empalagosa pero con la facilidad de enganchar al lector. Superadas las 40 ediciones en España, parece que, aunque fuera haciéndose con ella en el mercado de segunda mano y a precio exiguo, le tocaba ya al presente lector emprender el viaje por sus páginas. La obra narra, en breves capítulos de grata lectura que nos van haciendo avanzar en la historia ágilmente, las andanzas de Hervé Joncour, un comerciante francés que se gana la vida con sus largos viajes a Japón para obtener huevos de gusanos de seda e introducirlos luego en el mercado francés. En sus andanzas, encontraremos personajes definidos por su particularidad, el magnetismo de la feminidad oriental y el juego final con la sorpresa ofreciendo la claridad de un sentido a los misterios que encierra este comerciante casado, próspero y viajero. Con un lenguaje conciso que hace gala de aquello de que lo bueno, si breve, dos veces bueno, Alessandro Baricco ha logrado que pase unas horas de estimulante lectura.

Filosofar

Filosofar: estar sentado en la butaca escuchando la voz melodiosa de una mujer en una canción suave y frágil. Hacerlo mientras tus pensamientos se van alejando de las preocupaciones inmediatas de la vida práctica para elevarse hacia abstracciones que ligan tu intimidad más esencial con los mundos que va creando tu pensamiento imaginando. Filosofar. Imagina, pues, que tu vida ha aprendido a defenderse del velo de las sirenas del consumismo, que regresas, así, de la alienación, paradoja, del mundo físico para reencontrarte con tu identidad más genuina. Eres tú porque el manto que te arropa ha dejado de ser el agua turbia que protegía tu baño de vida de los vientos frescos de la intemperie para volver a ser aquello que eras en origen, desarrollado, crecido: agua cristalina y limpia, pura, en que te ves reflejado con total claridad. Y así, adulto ya, llegas a la autoconciencia.

Frágil disyuntiva entre el amor y el sueño

Frágil disyuntiva entre el amor y el sueño

Frágil disyuntiva entre el amor y el sueño. Cálida, cercana, ella acaricia mi piel cansada en su voluntad de transmitir luz y encender una pequeña llama en mi fuego interno. La noche cerrada, el alba, aún lejana, intimida como si estuviera presente mi necesidad de reposo. Mi vello se eriza, mi cuerpo se agita, me giro hacia el amor duradero, cultivándolo, fundiéndome en un fuego vivo. Y llegará el alba.

Atravesar el trance en confinamiento

Atravesar el trance en confinamiento. Pandemia. Coronavirus.

Pensamientos fugaces en el reducido espacio doméstico. Días de recogimiento y prudencia. Abrir las ventanas veraniegas, las puertas… que corra el aire en el salón y penetre en mí el aroma de la intemperie soleada. Alzar la mirada y observar, en dirección contraria a la brisa agradecida que penetra desde el exterior, el mundo más amplio que estas cuatro paredes desarrollándose, al ralentí, en la calle durante esta extraña pandemia. La ansiedad de la aurora se va impregnando de vitalizante luz natural y la brisa acaricia mi conciencia adormecida, provocándome un despertar interno. Vivir, convivir, resistir. Todos a una y, a veces, cada cual por su lado. Imprevisto que nos enseña a mirar atrás en la memoria de la humanidad y ofrece una dolorosa cura de humildad. Y, al fin y al cabo, vivir, atravesar el trance en confinamiento, en este presente incierto con solución cierta.