Microrrelato: El pisito. Una colaboración.

Breve narración sobre la memoria del amor.

Microrrelato, cortesía de Gara Fariña, quien compartiendo estimulantes momentos de escritura dio a luz una breve narración sobre el amor recordado.

Yo gozaba de visitarle una y otra vez en su piso cerca de Valencia. Me embarcaba en una aventura de ir en tren, cogiendo las prendas de ropa justas y necesarias sabiendo que serían suficientes ya que cuando estás a gusto todo lo que sucede está bien. Él vivía en su pisito de forma austera, sencilla, con buena alimentación, con muchos detalles y recursos para que mi alma de niña se sintiera infinitamente entretenida. Además, el sexo era rico, me curaba de cada miedo a través de su amor y gozaba cada minuto de su entrega, su estar, su creatividad y todo lo que venía de mí… hasta que no lo volví a ver otra vez, pero guardé aún algunas de sus costumbres en mi cotidiano.

Pensamientos: De los cuidados. Las vacaciones y el familiar.

Pensamientos sobre el verano y el compromiso en la enfermedad.

Reflexión en torno al verano, sus expectativas y el lazo estrecho que une a los familiares en la enfermedad.

Cuando el verano se presentaba en forma de viaje y desconexión, en tierras más frescas y montañesas, allí donde naciera el padre de uno, el veraneante se encuentra con que no habrá tal viaje, sorprendido por la fragilidad de los achaques de la edad convertidos en un susto en la salud del ser cercano, del familiar: la sombra, la senda en el camino. Ese familiar que es una fuerza inspiradora y, ahora, necesita un brazo en el que apoyarse.

Con él, con ese familiar que es raíz y es origen de uno mismo, quien se imaginaba veraneando en otras tierras y con otros ambientes, se desplaza tempranito, mañana sí, mañana también, a la playa, antes de que el privilegio del mar se convierta e multitud y agobio. Recuperan energías bajo la luz del sol e hilan conversaciones, a veces ligeras, a veces sinceras, algunas veces también la humanidad se hace inevitablemente plomiza.

Mientras ven sucederse los días con ese ritual matutino, se descubren ya a las alturas del mes de agosto en que se celebran las fiestas del barrio de Gràcia en la ciudad de Barcelona: ese momento en que el verano empieza a ceder hacia temperaturas más plácidas que un tortuoso calor diurno. Hacen balance, mientras observan el mar ante sí, del susto de la enfermedad, de su detección rápida y de la recuperación que, ya, va notándose. Se recogen y, de vuelta  a casa, se alegran de que aún quede el hálito más tranquilo del verano.

Reflexión: De la amistad. Mi amiga y sus colindantes.

Reflexión en torno al influjo del afecto.

Reflexión en torno al efecto del afecto como fuente de felicidad a través de una anécdota veraniega.

Cuando el afecto fue una carencia, uno encuentra una cierta felicidad al ver correspondida su voluntad de conocer, de compartir, reír y confesarse con una persona a la que entrega su tiempo al correr de las estaciones. Así, va surgiendo el cariño auténtico, el del trato continuado, con una reciprocidad constante que a uno no deja de sorprenderle por su naturalidad. Un día, a quien esto escribe y confiesa, le sugiere tal fuente de afecto ir a la playa que linda con su hogar. Y es allí, en ese terreno humilde tan nuevo para él, donde, tras darse un baño, van a terminar la tarde a un lugar apartado donde poder tomar el sol tranquilamente.

En ese lugar, coinciden con tres jóvenes, un chico y dos chicas, arropados por una moto deportiva que les delata en su buen rollito. Hablan de temas propios de su edad, como son el estudio al detalle del tatuaje que se van a estampar en la piel, en un entorno de naturalidad veraniega de quienes, oriundos de la ciudad, saben dónde encontrar su pequeño paraíso para el topless y las confesiones. Cerca de ellos, compartiendo la tarde con mi amiga, me doy cuenta de que algo de esa sabia felicidad de quienes se saben en el camino adecuado me está siendo transmitido a mí: por mi amiga y sus colindantes.

Microrrelato: Hijo de la noche. Una caída.

Breve narración sobre la inercia festiva.

Microrrelato que narra la vida efímera de inercia festiva en el marco de un verano en la gran ciudad.

Tórrido es el verano en que él, pero largo, moreno, ojos marrones y una silueta bien plantada en el suelo que, hacia lo alto, parece tocar el cielo, sale a las calles de la gran ciudad para festejar la llegada del gran sábado. Bien acicalado, pantalón azul de lino y una camiseta que homenajea a su ciudad natal con un gracioso dibujo, flirtea ya con la seducción nocturna.

Se reúne con amigos y atisba la aventura del deseo en la discreta observación de los desconocidos. Habla, bebe, fuma, ríe, baila y seduce. Mientras su vida se va esfumando entre festejos de superficialidad.

Él, que siempre presumió de desear una vida creativa, asentarse en el amor y hacer desaparecer la melancolía creciente que le acompañaba cuando le surgía una chispa de conciencia del tiempo perdido, vivirá y morirá sumido en la más absoluta mediocridad. Él, hijo y víctima de la noche.

De cine: Las amistades peligrosas. La seducción del celuloide.

Reflexión en torno a la proyección en la vida de la seducción en el cine.

Reflexión donde el autor recuerda el aprendizaje sentimental a través del cine, la literatura y la vida.

El transcurso de los años provoca la mitificación del seductor cortesano, anclado en la memoria desde la juventud, momento en que el celuloide le deslumbraba a uno mostrándole formas de vida insospechadas a través de excelsas interpretaciones y una dirección inspirada. Los lances del amor y de la sensualidad le eran mostrados a uno, a través de la pantalla, transmitidos por la perspectiva, sabia y experimentada, de la madurez. El amor, la sensualidad y sus consecuencias cubrían todo su ciclo y uno lo interiorizaba, digiriéndolo lentamente, para luego soñar con proyectarlo transformado a su vida, que ya no era la de unos pícaros cortesanos del siglo XVIII como en la película, sino la de un chaval que iba dejando atrás una adolescencia atormentada para entrar en una juventud que le abría mil interrogantes vitales. Un chaval que acarició, besó y recibió reciprocidad en la sensualidad temprana. Sin embargo, la picaresca, quizá, no era más que un ansia por descubrir, y por plasmar los descubrimientos que le ofrecía a uno el celuloide. Una voluntad de libertad, que se contradecía con el platonismo de sus esquemas mentales heredados de la adolescencia.

Con los años, uno volvería a visitar esa película, titulada Las amistades peligrosas, en una reposición en salas de cine, con la sensación más madurada de que el amor romántico de quien fue adolescente duele y es frágil pese a la belleza de su poesía, y que se fortalece aderezado con una buena dosis de clasicismo. Así, la aurora de rosáceos dedos que le desarrollaría a uno otras formas de amor a través de la Odisea de Homero, el poeta ciego, en una juventud que, ya, se manifestaba muy dura. Luego, fue una historia de amor hacia la literatura que perdura hasta hoy, enriqueciéndole a uno en un constante crecimiento, vital más allá del papel siempre, que aún tiene por delante escribir sus mejores páginas: las del amor maduro y sereno, las del genio vital, las de la inspiración creativa sazonada de oficio.