De cine: Encuentro cinéfilo. Una tarde agradable.

Recuerdos de una tarde de cine

El presente texto trata sobre la grata sensación que deja al autor una tarde de cinefilia compartida.

Con la grata expectativa de ir al cine acompañado de un grupo con el que no has tenido trato personal pero, sin embargo, compartes el interés común por cierto tipo de manifestación cultural, te acercas a los cines en versión original, donde reponen a precio económico las mejores películas del año anterior. El barrio es bastante quinqui pero vas de día y, a la vuelta, es probable que hagas el camino acompañado.

La llegada a los cines invita a recordar a través de la palabra: hay allí una mujer con quien habías coincidido en alguna ocasión a propósito de iniciativas de terceros. A la memoria vuelve, a través de la conversación, la época de la pandemia e incluso el período anterior. Todo ello ya ha pasado y nos sumimos en comentarios sobre la torrencial lluvia que, tardía, ha llegado por fin.

Con el resto del grupo llegado ya y las presentaciones hechas, nos dirigimos expectantes a la sala donde se proyectará la película: un adolescente en busca de su libertad, rebelde, imaginativo y artista; su amigo desheredado para la oportunidad de prosperar por el color de su piel, que permanecerá anclado en su origen social y sometido a la telaraña que se va tejiendo alrededor de los desheredados… Un anciano sabio que sabe aconsejar a su nieto, nada menos que el protagonista chaval imaginativo y artista, logrará que este venza los obstáculos que se interponen entre él y el camino de sus sueños. La vida fluye en la película ofreciendo, a su conclusión, una bonita sensación de cine honesto, hecho con mucho oficio y original. Para contar una historia bastante clásica al final.

Los congregados salimos del cine comentando la jugada y ponemos el colofón con una pequeña tertulia en un bar cercano. Luego, de camino a casa, la lluvia vuelve a apremiar. Prisas y la sensación de haber pasado una tarde agradable.

Microrrelato: Revivir. Bajo el sol de mediodía.

Historia sobre el redescubrimiento de la vida.

Microrrelato que trata sobre el redescubrimiento de la vida por parte de una singular pareja.

El hombre se mesó el cabello canoso tras apurar el café mientras esperaba a que saliera del baño su acompañante en la cafetería del museo. Reflexionaba, lanzando la mente a la memoria, al pasado. A lo que nunca fue pero pudo haber sido. Se dio cuenta de que no era, el momento presente, historia para tales capítulos. La vida pasada se fue y no tenía sentido fingir una madura juventud. Pelirroja, pantalón vaquero ceñido sobre su cuerpo bien formado por el ejercicio y una edad más temprana, salió del servicio con una sonrisa en el rostro. Esa expresión que buscaba una mente lúcida y una guía en la vida. La visión de una mujer herida aún en la flor de la vida. Se acercó a él, le besó notando un inusual recato en sus labios y frenó. Le miró, le notó cariacontecido y le lanzó una interrogación con la intención de esclarecer el misterio. Él tenía la opción de volver al redil de la distracción y el gozo, declinar la conciencia de su vida presente en favor del olvido entretenido. Tenía la posibilidad de engañarse. El acontecimiento fue que vio el espejo de sí mismo reflejado en los ojos almendrados de ella, unos ojos que, húmedos, empezaban a intuir el desastre. La mente de aquel hombre se había activado y estaba dispuesto ya a explayarse con palabras incisivas pero explicativas. Sin embargo, antes de que abriera la boca sus ojos ya expresaron la esencia de su pensamiento, de su sentimiento, de ese estado anímico tan raro y rebelde como es revivir. Creyó, por un breve instante, que ella montaría una escena, pero bajo los ojos acuosos de aquella joven mujer emergió una sonrisa que no sólo indicaba que le comprendía sino que parecía que, por contagio, volvía a entenderse a sí misma, recobrando el sentido perdido. Se levantaron, salieron del museo y caminaron juntos por el jardín esplendoroso bajo el sol de mediodía.

Microrrelato: La entrega. Derivas y encuentros.

Narración breve sobre la pérdida y el encuentro amoroso final.

Microrrelato que narra la deriva ante la pérdida de la amada y el camino hacia el encuentro del destino final.

Sumido en el desconcierto, cae entre las sábanas. El día agotado, se siente héroe. Con la perspectiva de un sueño dulce, apagadas las luces, cierra los ojos y se invita al descanso. Sin embargo, la mente se agita y el corazón palpita en la ausencia de la amada. Preocupación, cavilar, miedo a sentirse desposeído del cariño que le ha acompañado en el trayecto de la madurez. Años de comunión romántica darán paso, de la noche turbulenta al día claro, a una realidad que se le hará diáfana en la vigilia de su lucidez, en las noches sin descanso. Cae en la deriva, se siente perdido, se va apagando. Por fin, una llama. Un hálito de vida, de nuevo surge esa extraña química en una comunión que es todavía espiritual. Vaga y divaga, esta vez llenando de sentido la mente y el alma. La observa, la escucha. No la toca, como una mariposa de frágil aleteo la siente, escondida tras su caparazón de águila imperial. Intiman, acaricia sus alas que, a ratos vulnerables y a ratos impetuosas, le trasmiten un modo de ser, de vivir. Junto a ella se da cuenta, al fin, de que uno, además de la necesidad de ser él mismo, sólido y constituido, tiene la misión de comunicar al otro. Empieza, por fin, a entender su destino. Se proyecta, se lanza y se entrega.

Microrrelato: La consumición. Una tarde en compañía.

Narración sobre la magia del chocolate.

Microrrelato sobre los encantos, para la esencia femenina, de una buena consumición en literaria compañía.

Caminaba, gozosa su expresión, por las calles barcelonesas al ritmo de la música que lanzaban sus auriculares. De vez en cuando, alzaba el brazo y movía la mano al ritmo de la canción, canturreando. Llegó a la librería y se detuvo ante su entrada: tratando de divisar la figura de su amigo entre los potenciales lectores que había en el interior, se quitó los auriculares.

Entró con ímpetu, fue recorriendo la librería y, hacia el final, en la sección de filosofía, lo encontró. Se dieron dos besos, conversaron con una cierta agitación ante la novedad de la presencia esperada del otro y fueron recorriendo la librería de nuevo, con la calma de los observadores, comentando los libros que les llamaban la atención.

Se acercaba el momento que tanto había asociado ella durante la semana al nuevo encuentro con su compañero: subir a la cafetería de la cuca librería, sentarse y tomarse aquella consumición que, siete días antes, había sonrojado sus sentidos hasta permanecer en la memoria de su olfato, de su tacto, de su mirada y, sobre todo, de su gusto hasta aquel momento. Mientras conversaba animadamente, notaba que se le humedecía la boca, se ponía nerviosa, como una niña esperando sus regalos de Navidad. Sentados en una espaciosa mesa, rodeados de fotografías de célebres personajes de letras, llegó el cortés camarero. Cuando su mirada se fijó en ella, la bella mujer dijo con un hilo de voz que llenó la sala de sensualidad: un chocolate a la taza, por favor…

Pensamientos: Viajes a la lejanía. Sobre el afecto.

Reflexión en torno al fecundo afecto en la lejanía.

Pensamientos en torno a una fecunda amistad que persevera en su cercanía pese a la distancia física.

Viajes a la lejanía, a una distancia que impide el contacto estrecho. Aquel que hace del trato cotidiano la fuente de una acostumbrada riqueza en el cariño. Ella, en búsqueda de un espacio propio que habitar, un espacio en forma de terruño pero también un espacio vital, marchó.

Uno siente que, quizá, ese terreno de la complicidad pasada ya no se recupere, distante que es el espacio: frontera en la comunicación. Cada uno haría su camino de forma natural. Sin embargo, un buen día, él recibe su llamada, esa forma de contacto a la que, últimamente, se han acostumbrado, y descubre, revive, el hecho de que no hay quien le conozca mejor que ella y que, ello, es fruto del fuerte cariño mutuo, que sacude fronteras. La distancia espacial no lo es tanto para la fina sensibilidad, para la inteligencia atinada. Y uno agradece que hayan tocado, otra vez, esa tecla que permite poner de nuevo a punto de forma fina el organismo, como si de un mecánico que le hiciera a uno una revisión se tratara. Un mecánico que resulta ser el afecto más cercano. Cercano en la lejanía.