Entre libros: García Márquez. En torno a sus memorias.

Comentario a las memorias de Gabriel García Márquez.

Aquí comenta el autor la impresión que le ha producido la reciente lectura de las memorias de Gabriel García Márquez.

Últimamente, he estado sumergido en las memorias del maestro de la narrativa e icono popular en que se convirtió Gabriel García Márquez. No he ido, la verdad es que no suelo hacerlo, a la novedad, sino que el libro, fallecido el autor ya hace unos años, cayó en mis manos en una librería de segunda mano este verano y me he decidido a leerlo estas últimas semanas.

Gabo nació en una familia muy humilde y, tras una etapa escolar en la que pronto destacó su interés por la literatura, nos describe una juventud de dura pobreza entre redacciones de periódicos, amores por poesía y amores de pago, mucho café, más tabaco y baños de alcohol. Sólo él supo lo mucho que le debió costar alcanzar el reconocimiento, primero a su calidad como escritor y, con mayor demora, al valor económico del esfuerzo ante el teclado. Sin embargo, y como he deslizado en estas líneas, fue la suya una vida de excesos. Los excesos de un genio mayor de nuestras letras, cuya vida se nos narra, hay que decir, solo en su primera parte.

Venían a decir las páginas de un periódico catalán, hace unos meses, que Gabriel García Márquez era un icono olvidado. Creo recordar que venía ello a colación de la estupenda biblioteca que se ha abierto con su nombre en el barcelonés barrio de Sant Martí. Un lugar donde me he perdido sentado en una butaca en los recuerdos que nos ofrecía el escritor colombiano, en un sentido homenaje, más que hacia este libro escrito ya en el crepúsculo de su vida, hacia su obra más reconocida, que aún hoy me recuerda al amor de juventud que me llamó la atención de su valor cuando todavía era un lector en ciernes.

Microrrelato: De la seducción. La amiga de la familia.

Narración sobre la culminación onírica de un amor de juventud.

Microrrelato que nos cuenta cómo la huella de una seducción de juventud a través de una mujer madura florece en la edad adulta, una vez sanadas las heridas.

De una juventud floreciente surge el deseo incipiente. La mira y la observa, cada vez con mayor interés. Sin saber que ella, ya en el ciclo de la madurez, está manejando las artes de la seducción, atrayéndolo hacia sí. Un día, se ve flirteando con esa atrevida amiga de la familia en una cena, donde no les importa que estén los padres del joven. Irreverentes. La consumación de deseo parece ir acercándose a buen paso pero, un buen día, el alma del joven se rompe, entra en un mundo de confusión que le llevará a un largo período de sombras y carencias afectivas.

Con el paso de los años, en la llegada a la edad que tuvo ella cuando utilizó sus artes, el hombre ya maduro, que no ha conquistado los terrenos del amor como se prometía en aquellos albores de la juventud, se va topando con ella en momentos esporádicos de recuerdo. Incluso, un día, cree distinguirla, ya anciana, caminando a lo lejos por la calle.

La penumbra, que acompañó los años del joven de una forma más dilatada que la esperada, ya sólo aparece en las noches de sueño, pero es una penumbra plácida, de habitual descanso. Y es en una de esas sesiones de cama solitaria y ensueño cuando descubre que no quiere despertar porque está soñando aquel amor que nunca se consumó en la vigilia.

Microrrelato: Pelirroja de ojos verdes. Amor fugaz.

Narración breve sobre un encuentro amoroso.

Microrrelato que narra el encuentro entre un hombre maduro y una mujer joven del que surge la magia del amor pleno y fugaz.

Cubría el cielo un manto de nubes mientras Guillermo se dirigía hacia el punto de encuentro. El tranvía iba lleno de pasajeros, una mezcla de trabajadores que volvían exhaustos pero triunfantes de la brega diaria y gitanos inmersos en su mundo propio, salvaje, inconsciente, peligroso y pintoresco. El uso de mascarillas, si bien obligatorio, ya era bastante laxo debido al hastío derivado de tanto tiempo de pandemia, una pandemia que ya había mermado su capacidad de peligro. Sin paraguas, tan sólo con el instinto despierto para entrar en la cercana estación de metro raudo si echaba a llover, se acercó a la entrada del museo. Allí, sus ojos cincuentones vieron una mujer en los treinta, cabello pelirrojo y vestido ocre que mostraba una hermosa sonrisa a la vida a través de una boca grande que venía enmarcada por unos ojos verdes que combinaban con sus zapatos de piel.

La mujer se detuvo y Guillermo fijó su atención en aquellos zapatos que, como los suyos, eran fruto del buen hacer de una marca inglesa de calzado urbano con mucha historia. No hacía frío. Más bien, gozaban de una temperatura agradable y templada para la época del año. Sobre el vestido ocre, ella llevaba un abrigo rojo. Aquellos ojos verdes, que de repente se habían posado en los zapatos, ella quieta ante aquel desconocido, alzaron la mirada hacia Guillermo.

Fue así como, con quince años de diferencia en el devenir de la existencia, cruzaron por primera vez unas miradas que inmediatamente descubrieron el magnetismo del otro. El camino hacia un amor fugaz, en un hombre que vería el hilo de su vida extinguido tras un suspiro de plenitud, en una mujer que conservaría para siempre la huella del amor perdurable. Brevedad y plenitud de un amor imprevisto.

Microrrelato: Por amor al arte. Sentimientos inesperados.

Narración sobre el amor a partir del cine.

Microrrelato que narra cómo, en un día veraniego de aparente apatía, surge una relación inesperada a través del influjo del arte.

El día se presentaba negro: el calor derretía cualquier voluntad de hacer algo provechoso y el opresivo ambiente doméstico, del que el calor incapacitante me hacía inevitablemente víctima, no hacía sino aumentar el círculo vicioso de un estado pasivo y deprimido. Viendo el fin de semana pasar ante mí.

A media tarde, sin embargo, después de mi enésima siesta del día, se me ocurrió abrir la puerta del balcón y salir para satisfacer mi curiosidad por conocer el estado de las cosas ahí fuera. Para mi sorpresa, eran ya las seis de la tarde, el calor había decaído y se veía bastante gente en la calle, de un lado para otro. Ellos sí, en busca de su momento feliz: la noche del sábado.

Me animé y, como no tenía grandes planes, me acicalé y me planté, junto con mi amigo, el muy afectuoso pero persistente hasta la pesadez en lo relativo a las artes don Pedro, que así llamaba yo a Pedrito, en la puerta del cine. Una película que, como no podía ser de otro modo, había propuesto él.

Resultó tratarse de una peli con un fuerte componente gay, una gran sensibilidad y alguna escena picantona. Yo disfruté del metraje sin pararme a pensar en mayores trascendencias. Cuando salimos, como tantas otras veces, el gordito Pedro me invitó a cenar en su elegante piso de la zona alta, no muy lejos de allí. Nada más llegar a su casa, noté como le invadía un aire de solemnidad: el modo de quitarse el sombrero que le acompañaba a todas partes, el tono de voz, los movimientos de las manos o la expresión de su mirada.

Allí, cenando una ensalada con pescado y vino blanco, la conversación se animó como tantas otras veces pero, esta vez, acabó por emerger, animada por el buen vino, la magia que nos había transmitido la reciente sesión de cine. Inmersos en ese aire de romanticismo al que invitaba la película, nos dejamos llevar por novedosos sentimientos. Quizá, si hubiera sido una inspiradora película del Oeste hubiéramos acabado pegando tiros con pistolas simuladas en el balcón de su casa pero el caso fue que, de tanto arte, acabó surgiendo el amor.

Pensamientos: Influencias. Recuerdos de un sabio.

Reflexión sobre el influjo de las veteranía en la vocación naciente.

Pensamientos, a medio camino entre la evocación y la imaginación, que ponen en valor la influencia de las generaciones precedentes en las vocaciones nacientes.

Cuando yo era joven, un hombre ya jubilado, de barba canosa que tenía por costumbre acariciarse, todo él cariñoso hacia sí mismo, me hizo de guía intelectual sin mayor motivo o contrapartida que el hecho de identificarse con mi naciente devoción por las letras. Supongo que debió ver en mí un reflejo de sí mismo, de aquella juventud que ahora veía desaparecida tras la serenidad de su senectud.

Nada supe de él cuando, tras dejar la universidad, dejé de verle y recibir sus sabios consejos. Sin embargo, algunos años después, veraneando en la querida aldea de mi padre que, al correr del tiempo, también se convirtió en la aldea de mi madre, descubrí en algún estante de la campesina casa materna un ejemplar de una pequeña narración escrita por aquel hombre. También, a través de conocidos que cayeron en la desgracia de defraudar a las amistades que constituían su entorno y el mío -es decir, a través de conocidos de amistades, de puro refilón-, pude recibir una impresión directa de quienes le habían tratado en la plenitud de su prestigio.

Pasaron los años y, muy anciano, lo vi alguna vez sumergirse en los libros de ocasión que se vendían en las paradas de nuestro barcelonés mercado de Sant Antoni. Hasta que, hace pocas fechas, leí la noticia de su muerte en un conocido periódico catalán. Meditabundo en la gratitud de un recuerdo que no daba tregua a la nostalgia, me di cuenta de que una vida había cerrado su ciclo.