Aquí expone el autor pensamientos que hacen balance de la señalada fecha, para tantos, de año nuevo manifestando su amor a Barcelona.
Misterioso. Así se presentaba a mi ánimo el año, cuando recién lo estrenaba, ante la pregunta de la mujer que me atendía en la churrería. Cierto que podría haberme dado por pasar olímpicamente de rituales de este tipo, que al final no tienen mayor relevancia que cambiar el calendario, hacer balance del año, celebrar una Nochevieja que, este año, ha brillado por su ausencia y, cómo no, eso sí que no lo perdono, ¡tomar un chocolate con churros el primer día del año!
A fin de cuentas, perdida la oportunidad de hacer piña con la familia en Navidad, de despedir el viejo año con un abrazo o siquiera compartiendo un café con los amigos, el año nuevo se presenta con un optimismo mayor de lo que parecía hace apenas un par de semanas, con la tercera dosis en el horizonte y el virus, aparentemente, decayendo.
Además, estoy de enhorabuena porque mi compañía literaria me habla, a través de la prosa de un gran escritor barcelonés, de esta ciudad en la que resido, ya, si nos volvemos a fijar en las anualidades del calendario, desde hace 18 años. Una mayoría de edad que ha atravesado tiempos de esplendor en esta ciudad, turbulencias políticas y también ha vivido momentos más deprimidos. Lugar de un encanto con perfume de Mediterráneo que responde, en catalán o en castellano, al nombre de Barcelona. Esa ciudad templada, de sorpresivos aguaceros y veranos de un bochorno que se te pega a la piel. Una ciudad en la que, con sus virtudes y defectos, me lleva a pensar el encanto que pido a este año 2022.