Microrrelato: La identidad de su sexo. Adentrándose en los jardines.

Narración sobre el descubrimiento tardío de la identidad sexual.

Microrrelato que trata sobre el descubrimiento tardío de la identidad sexual, al encuentro de la esculpida belleza femenina.

Era sábado, un día invernal que le regaló una estupenda mañana de sol para su pequeña excursión. Nunca había estado en aquel parque, siempre limitado por las mismas zonas de la ciudad. Lo cierto fue que, cuando se adentró en él cargando con la pequeña bolsa que contenía agua, bocadillo y lectura para alargar la estancia, se alegró del buen rollo que reinaba entre jóvenes, turistas, amantes del yoga, maduras parejas, amigos tranquilos y algún, como era su caso, paseante solitario.

Fue adentrarse en aquellos jardines e ir descubriendo figuras esculpidas de femeninas esencias. Belleza en sí, la delicadeza de formas de aquellas mujeres pétreas le hacía preguntarse por su inaccesibilidad. Plantado ante una desnuda mujer rodeada de agua, observándola desde la distancia que le separaba de la hierba bien cuidada, se preguntaba si toda su vida en torno a la mujer no había carecido de aquella plenitud que, junto a ella, de una manera o de otra, en la comunión de sexo o en la del alma, hubiera existido si no hubiera despertado a una edad más temprana aquel adolescente deseo por el arte griego, por los artistas del Renacimiento y los filósofos que llevaron la luz a Atenas y, de allí, al mundo. Miró hacia el cielo, dibujó una sonrisa que le llevaba directo al Paraíso y descubrió, a una edad tardía, la identidad de su sexo. Diciéndose que aún quedaba trayecto por recorrer en esta vida que tanto se presta al juego de máscaras.

Microrrelato: Un velo en el paraíso. Sueño.

Narración breve sobre la contemplación de la belleza.

Microrrelato que trata sobre el velo que cubre a la belleza que observas tocado por la gracia y la salida de ese paraíso con el despertar.

¿Era una escultura? De tacto suave y pétreo, me transmitía, sin embargo, la sensación de que latía. ¿Era un árbol? Me provocaba la alegría que generan los árboles floridos invitando a ese amor que dicen tan característico de la primavera. Por más que me detenía a observar su figura, no llegaba a una conclusión. Como si la naturaleza de la belleza fuera algo intangible, invisible desde el momento en que uno siente -feliz percibía yo su figura- que está tocado por la gracia. Cuando me desperté, perdí el velo de la inocencia, de la felicidad de una cierta niñez, aquella en que uno siente que ha estado en el paraíso.

Microrrelato: Ciudades. Un viaje de ida y vuelta.

Una historia sobre dos ciudades.

Microrrelato que declara una voluntad de cambiar de ciudad de residencia, en busca de Florencia, con su arte y el amor de juventud que allí reside.

El tiempo refresca en la ciudad, engañando al verano con una sensación aparentemente otoñal. Y no han sido más que las primeras lluvias de agosto. En este mes recién estrenado, cuando uno ha salido, temprano por la mañana, en busca del encuentro con la calle, ha encontrado repentinamente la clarividencia. Dejará esta ciudad, antaño envolvente y mágica, luego turística hasta el exceso y, ahora, lugar decaído que, sin embargo, ha logrado transmitirle a uno, con el paso de los años y con un poso que se nota a día de hoy, su cercanía sentimental.

Dejará uno a los amigos próximos cuyo afecto ha ido enhebrando por el camino, dejará el empleo que tanto le costó encontrar y volará a Florencia, detrás del amor de juventud que vive allí, quién sabe si casada y arraigada en afectos nuevos difíciles de reemplazar; irá en busca de la ciudad que le encandiló en aquellos años pretéritos, dejándole la huella de su luz al atardecer y de su arte. Irá por puro romanticismo y por pasión artística.

Y dejará un mundo atrás. El mundo de esta ciudad que habita hoy aún y en la que siempre creyó que echaría unas raíces relativas. Se irá sin certezas ni tristezas. Abrirá un tiempo nuevo en su vida. Quizá, esta vez, eche por fin raíces en un lugar para siempre. Quizá reencuentre su amor de antaño. Igual encuentre de nuevo aquella luz que le impresionó tiempo atrás, ame de nuevo a quien ya fue amada por él. Y quizá tan sólo suceda que, en su viaje de escape, halle una temporada de desesperación tras el desencanto provocado por ilusiones rotas, regresando a esta ciudad que sí había surcado ya sus emociones y le había entregado espacios vitales. Quizá, sí, vuelva a morir donde creció su padre.

Tentaciones

Tentaciones. La de un rostro bello en un cuerpo joven. La de una mirada que interpreta con sabiduría una vida dilatada sobre un cuerpo que no arrastra sus cicatrices, sino que las mueve en su caminar con elegancia. Tentaciones que son un despertar: un nuevo despertar al tú, al otro. En una voluntad de darse sin perderse, o quizá de perderse al darse. Con aquella voluntad de conservar el juicio que empieza a ser consciente de que, a veces, es preciso perderlo para darse a la vida. Quizá sea después cuando, calmados los mares, la vida cobre nuevo significado y el sentido regrese revitalizado a uno. Así que hay dejarse tentar y ofrecerse, a su vez, como tentación al otro. Tentaciones que llevan al amanecer del mestizaje en las emociones y las experiencias, al mestizaje de la carne. La transmisión de la intimidad de nuestro ser, entrega y recepción. Dar y recibir. Quién hubiera dicho que las tentaciones podían dar tales frutos.

Como la seda

Este verano, en cierto modo, va como la seda. Con la experiencia del confinamiento y la relativa carencia de libros físicos en mi biblioteca -piénsese en la libertad de elección que supone disponer de las facilidades de una biblioteca pública o las tentaciones de una librería-, he aprovechado para hacer cierto acopio de libros. Entre ellos, recordando el consejo que me dieran durante la juventud, consejo al que, como veréis, atiendo de tanto en tanto, he escogido algunos de poca extensión. Aplicado en la práctica, ante ciertos estados de ánimo el consejo va como la seda. Por aquello de ver el esfuerzo de lectura satisfecho con facilidad, por lo gratificante que resulta la sensación de acabar de leer una obra y sentirte en ese especial momento que es la elección de una nueva lectura. Estos, pues, son los preliminares que me hicieron llegar al libro que concluí ayer.

Alessandro Baricco (Turín, 1958) me llamó la atención durante los años de mi formación creativa por el taller literario que fundara en su Turín natal. En cambio, el éxito de su novela corta Seda (1996) no suscitó mi particular curiosidad y lo consideré, más bien, fruto de una literatura fácil de leer y tendente a mostrar una belleza estilística algo truculenta y empalagosa pero con la facilidad de enganchar al lector. Superadas las 40 ediciones en España, parece que, aunque fuera haciéndose con ella en el mercado de segunda mano y a precio exiguo, le tocaba ya al presente lector emprender el viaje por sus páginas. La obra narra, en breves capítulos de grata lectura que nos van haciendo avanzar en la historia ágilmente, las andanzas de Hervé Joncour, un comerciante francés que se gana la vida con sus largos viajes a Japón para obtener huevos de gusanos de seda e introducirlos luego en el mercado francés. En sus andanzas, encontraremos personajes definidos por su particularidad, el magnetismo de la feminidad oriental y el juego final con la sorpresa ofreciendo la claridad de un sentido a los misterios que encierra este comerciante casado, próspero y viajero. Con un lenguaje conciso que hace gala de aquello de que lo bueno, si breve, dos veces bueno, Alessandro Baricco ha logrado que pase unas horas de estimulante lectura.