Entre libros: Sobre la lectura y sus temas. A vueltas.

Reflexión sobre las lecturas del autor y su nuevo rumbo.

Me muevo aquí entre libros leídos y trato de mis inquietudes, que van tomando un rumbo ya no limitado a la narrativa, sino que se enriquece leyendo sobre temas diversos.

Durante muchos años, quien esto escribe ha antepuesto la lectura de ficción a cualquier otro género. Había en ello una voluntad de alimentarme de literatura, enriquecerme de lecturas en la convicción de que uno, así, alimenta su imaginación, dándole forma, pulimento y músculo. El goce procurado por la ficción ha sido, para mí, inmenso.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte he roto el tabú que tendía a esta suerte de especialización, adentrándome no sólo en la prosa autobiográfica, literatura al fin, sino en el ensayo sociológico o mi tantos años añorada filosofía. Y creo que ha sido más bien una necesaria obsesión la intensidad de lecturas de ficción, que debía durar hasta colmar mi necesidad de dar consistencia a la propia imaginación. Una vez llegado a ese punto, uno empieza a gozar del distanciamiento de la literatura, para luego volver a ella en una suerte de necesidad que colma con un mayor deleite, y descubre que, también temáticas aparentemente alejadas, enriquecen la propia literatura.

Entiende uno, así, el consejo que daba un adorado escritor, según el cual uno debe leer de todo. Además, de una recepción placentera en la lectura de autores que mezclan la autobiografía, el ensayo y la narrativa entendida al modo tradicional, llega luego uno a una comprensión consciente. Quizá, para ir concluyendo, sea más enriquecedor un conocimiento no ya especializado, sino aquel que abarque el abanico de inquietudes diversas que, a uno, se le van planteando a lo largo de la vida.

Cuando leer es un placer

Cuando leer es un placer. Hace muchos años, descubrí al autor japonés Kenzaburo Oé gracias a la correspondencia que mantuvo a través de la prensa con el también escritor Mario Vargas Llosa. Por aquel entonces, este último, muy reconocido ya, no  había obtenido aún el premio Nobel. Hoy en día figuran ambos en la lista de los literatos galardonados.

Es curioso que ambos han ejercido un hondo influjo en mi vocación: Vargas Llosa, por la posibilidad que tuve, cuando aún era un veinteañero, de ser testigo de una presentación suya, cosa que repetí unos años más tarde. Pero también por la mitología que de él se han ido creando las voces del entorno de este ciudadano vocacional que escribe. Uno tiene en tal consideración a esta clase de figuras que tarda en sentir llegado el momento idóneo para su lectura y, en mi caso, tan sólo he abordado, hace ya unos años, su obra Conversación en la catedral, además de algunos de sus inestimables ensayos literarios. En cuanto a Kenzaburo Oé, leí un par de obras suyas mientras estudiaba en la universidad, y me caló hondo Cartas a los años de nostalgia, novela que aún conservo.

Siguiendo el hilo de las lecturas breves y de letra generosa que invitan a leer con el fin de dar por satisfecha la lectura con celeridad, empecé a leer la novela corta de Kenzaburo Oé La presa, libro que, como viene siendo costumbre de un tiempo a esta parte, compré en el mercado de segunda mano a precio de ganga. Si bien el prólogo que precede a la obra anticipa, para mi gusto, demasiado el contenido de la misma, adentrándose en la lectura descubre uno que no hay voz como la del autor para transmitirnos la historia y no tarda en sumergirse el lector en la obra.

Un grupo de niños en una aldea de cazadores, un avión enemigo que se estrella en las proximidades y un único superviviente del mismo, un hombre negro al que se hace preso. Estos elementos dan lugar a la historia que nos lleva por las páginas de esta obra que transmite, vitalidad a raudales pero también una dosis inesperada de miedo. Y, todo ello, a través de la voz de un niño en quien somos testigos de algo tan universal y difícil de transmitir como es el cambio de la conciencia humana derivado del crecimiento. Cuando leer es un placer.

Como la seda

Este verano, en cierto modo, va como la seda. Con la experiencia del confinamiento y la relativa carencia de libros físicos en mi biblioteca -piénsese en la libertad de elección que supone disponer de las facilidades de una biblioteca pública o las tentaciones de una librería-, he aprovechado para hacer cierto acopio de libros. Entre ellos, recordando el consejo que me dieran durante la juventud, consejo al que, como veréis, atiendo de tanto en tanto, he escogido algunos de poca extensión. Aplicado en la práctica, ante ciertos estados de ánimo el consejo va como la seda. Por aquello de ver el esfuerzo de lectura satisfecho con facilidad, por lo gratificante que resulta la sensación de acabar de leer una obra y sentirte en ese especial momento que es la elección de una nueva lectura. Estos, pues, son los preliminares que me hicieron llegar al libro que concluí ayer.

Alessandro Baricco (Turín, 1958) me llamó la atención durante los años de mi formación creativa por el taller literario que fundara en su Turín natal. En cambio, el éxito de su novela corta Seda (1996) no suscitó mi particular curiosidad y lo consideré, más bien, fruto de una literatura fácil de leer y tendente a mostrar una belleza estilística algo truculenta y empalagosa pero con la facilidad de enganchar al lector. Superadas las 40 ediciones en España, parece que, aunque fuera haciéndose con ella en el mercado de segunda mano y a precio exiguo, le tocaba ya al presente lector emprender el viaje por sus páginas. La obra narra, en breves capítulos de grata lectura que nos van haciendo avanzar en la historia ágilmente, las andanzas de Hervé Joncour, un comerciante francés que se gana la vida con sus largos viajes a Japón para obtener huevos de gusanos de seda e introducirlos luego en el mercado francés. En sus andanzas, encontraremos personajes definidos por su particularidad, el magnetismo de la feminidad oriental y el juego final con la sorpresa ofreciendo la claridad de un sentido a los misterios que encierra este comerciante casado, próspero y viajero. Con un lenguaje conciso que hace gala de aquello de que lo bueno, si breve, dos veces bueno, Alessandro Baricco ha logrado que pase unas horas de estimulante lectura.