Microrrelato: La felicidad familiar. Una historia de supervivencia.

Historia de reconciliación familiar.

En este microrrelato, el autor nos narra la feliz reconciliación familiar que viven madre e hijo, alejados por la tragedia y la incomunicación durante tanto tiempo.

Un verano particular, sin viajes que reseñar ni visitas de amigos lejanos. Cálido pero no tan sofocante como el precedente, el martes en cuestión ha dejado, en las horas centrales del día, respirar al ciudadano veraneante en su propia ciudad: las nubes y un aire fresco lo han hecho muy llevadero. Madre e hijo, tercera edad y edad madura, encantados de volver a conocerse, de disfrutar de una conexión ansiada desde hace tanto, tanto tiempo, se desplazan en autobús al centro de la ciudad. Un chaval educado ha dejado el asiento a la madre, y el hijo ha sobrellevado el viaje agarrándose firmemente al barrote. La parada les deja justo a dos calles del restaurante, el sol sigue brillando por su ausencia y la brisa anima el alma.

El restaurante es pequeño y está escondido, pero desde el principio celebran los familiares la feliz compañía: madre e hijo mayor se abren a revisar la vida del hijo mediano y del menor, los demás supervivientes de la familia. Añorado el cabeza de familia desaparecido tanto tiempo atrás. Y hablan de la lucha por la vida, su lucha, la de ambos y las de los demás hermanos. Hablan de las quiebras en los lazos entre todos ellos y de las luchas individuales de cada cual por tirar hacia adelante. La botella de buen vino blanco va cayendo y se sienten algo mareados, con el ánimo alegre y la conversación fluida. Se sienten en un lugar extraño llamado felicidad. De vuelta a casa, no se lanzarán a la aventura del autobús: el sol ha despertado y les devuelve a las sensaciones de bochorno: tirando por el camino del medio, cogen un taxi que no siempre se han podido permitir y ven quedar tras de sí el centro de la ciudad cobijados por el aire acondicionado del coche. Llegan a casa, aletargados por la comida y el alcohol, y cada cual se tumba en su habitación, para descansar profundamente y, al atardecer, despertar de nuevo al sueño de la reconciliación familiar.

Microrrelato: La entrega. Derivas y encuentros.

Narración breve sobre la pérdida y el encuentro amoroso final.

Microrrelato que narra la deriva ante la pérdida de la amada y el camino hacia el encuentro del destino final.

Sumido en el desconcierto, cae entre las sábanas. El día agotado, se siente héroe. Con la perspectiva de un sueño dulce, apagadas las luces, cierra los ojos y se invita al descanso. Sin embargo, la mente se agita y el corazón palpita en la ausencia de la amada. Preocupación, cavilar, miedo a sentirse desposeído del cariño que le ha acompañado en el trayecto de la madurez. Años de comunión romántica darán paso, de la noche turbulenta al día claro, a una realidad que se le hará diáfana en la vigilia de su lucidez, en las noches sin descanso. Cae en la deriva, se siente perdido, se va apagando. Por fin, una llama. Un hálito de vida, de nuevo surge esa extraña química en una comunión que es todavía espiritual. Vaga y divaga, esta vez llenando de sentido la mente y el alma. La observa, la escucha. No la toca, como una mariposa de frágil aleteo la siente, escondida tras su caparazón de águila imperial. Intiman, acaricia sus alas que, a ratos vulnerables y a ratos impetuosas, le trasmiten un modo de ser, de vivir. Junto a ella se da cuenta, al fin, de que uno, además de la necesidad de ser él mismo, sólido y constituido, tiene la misión de comunicar al otro. Empieza, por fin, a entender su destino. Se proyecta, se lanza y se entrega.

Microrrelato: Una feliz estancia. Visitas inesperadas.

Breve narración sobre unos escritores en un hotel.

Microrrelato que trata sobre la visita inesperada de una significada pareja de escritores a  un hotel con un particular recepcionista.

Sentado ante el público, así le gustaba pensar que estaba. Y algo de razón tenía cuando todos le miraban al pasar, saludándole a la entrada o despidiéndose a la salida. Es lo que tiene la recepción de un hotel. Había clientes asiduos, de aquellos que repetían por cuestiones de trabajo o por haber encontrado allí el lugar adecuado para las confidencias del amor escondido. Mejor aún conocía a los trabajadores fijos, que también fluían ante su vista, de un lado a otro, con una celeridad que guardaba las apariencias de una formalidad sobria y amable. Y estaba el punto que rompía la monotonía: aquellos visitantes espontáneos, inesperados, que ponían  a prueba la agilidad de sus reflejos.

Accedió por la entrada principal un pequeño grupo de visitantes inesperados. Los caló enseguida y le sorprendió que no le hubieran notificado tan importante visita. Luego, llegó a la conclusión de que había sido por seguridad: no en vano, el núcleo de la comitiva lo constituían un matrimonio de escritores africanos perseguidos en su país y amenazados de muerte. Nuestro leído recepcionista sabía que ella había sido la más bella, la musa y la artista. Sabía también que él había sido huracán y ahora era sosiego, había sido copa, cigarrillo y café hasta rebosar en el exceso. Y sabía que, al igual que ella le había devuelto la serenidad, él le había dado a ella el aliciente de una vida inquieta en la que desarrollar esos sueños que habían permanecido tanto tiempo latentes. En las memorias de aquel anciano había leído que ella era una formal recepcionista de hotel cuando la conoció: una mujer discreta que le hizo una pregunta indiscreta. En las memorias de ella, leyó que él llegó para registrarse en el hotel con un aire de suficiencia y una aspereza sólo equiparables a su halo de escritor divino.

Nuestro recepcionista vio, por primera vez, su pulso temblar en años de profesión. Había recordado que tenía un reciente libro de poemas escrito para su marido por aquella artista en la mesilla de noche. Y sus ojos los veían ante él mientras sus oídos les escuchaban. No podía creerlo. Se mareó y, por un  momento, creyó que iba perder el sentido. La mirada se le había vuelto difusa. Ellos delante, sin saber muy bien qué pasaba. Entonces, se armó un pequeño revuelo, similar al efecto que hubiera tenido  una paloma colándose en el vestíbulo. Al leído recepcionista se le puso, de repente, el pelo de gallina cuando aquel anciano tocó cálidamente su brazo y ella le dirigió su atenta mirada negra. A través del tacto y de la vista, recuperó el gusto por vivir que parecía haber desaparecido en aquella leve sensación de asfixia, y, con un olfato propio de años plagados de días de oficio y noches de lectura, les saludó en ese idioma francés que compartían, recitando de manera espontánea los últimos versos que había leído la víspera en la obra de ella. Le sonrieron con ternura, halagados y reconfortados. Les entregó las llaves con pulso firme y, recuperando la formalidad sobria y amable propia del hotel, les dio la bienvenida, deseándoles una feliz estancia.

Microrrelato: Las sombras de mi figura. Una premonitoria luz clara.

Breve narración sobre la recuperación de la identidad en la vida adulta.

Microrrelato que trata sobre la recuperación de la identidad en la vida adulta, pasada la odisea de los años que vieron desviarse el sendero en el bosque de la vida.

Camino hacia mí mismo. En la noche cerrada voy saliendo de la neblina de mi pensamiento, un sendero desviado en el bosque de la vida que me llevó alejarme de esa infantil identidad, el ser primigenio, aquel que creí ser para siempre, exultante de felicidad en la inocencia del amanecer a la vida. Pero, ahora, me veo ir hacia mí. A medida que me acerco, descubro que, pasada la odisea de los años, vuelvo a ser yo mismo. Y en la oscuridad de esta noche que es un amanecer en mi conciencia, veo las sombras de mi figura que se van acercando entre sí, una duplicidad de la personalidad que confluirá en sí misma, rodeadas de una premonitoria luz clara.

De cine: El amigo de juventud y el séptimo arte. Asuntos de celuloide.

Recuerdos en torno al cine y la amistad de juventud.

Aquí trato de mis recuerdos sobre el cine, y del vínculo que ha tenido para mí el gusto con la amistad.

A vueltas con los recuerdos, la viva memoria de la experiencia valiosa, me fueron viniendo las ganas de volver a los gustos de juventud. Aquellas películas que una vez vi y me marcaron vienen a colación en el día de hoy. La belleza de los gustos conquistados en el terreno artístico, como en tantos otros, viene asociada a la gratitud hacia amistades que un día se crearon y, quizá, en un punto del camino inesperado se truncaron. Fue el caso mi deleite en el aprendizaje, a través del amigo de juventud, de privilegiados recovecos del cine a una edad temprana.

Gocé de Coppola o de Howard Hawks, dos grandes directores de épocas muy diferentes, y, sobre todo, fui creándome un sentido del gusto que, más adelante en mi vida, me ha servido como guía para encontrar nuevas identidades en el arte. Vi, por aquellos años de juventud, la película de Robert Altman Vidas Cruzadas, que me ha vuelto a deleitar cuando la he visto de nuevo últimamente. Es también el caso, esta vez en un descubrimiento de la edad adulta que no hubiera sido tal sin aquella guía de juventud, la película Two lovers, de James Gray, que en su momento me encandiló y he revisitado. Agradecido, pues, en primer lugar a la vida que nos da momentos de contacto humano perdurables en la consolidación de la personalidad, y, en segundo lugar, al séptimo arte.