Microrrelato: La noche de San Juan. Una anciana se despide.

Breve relato sobre la agonía de una anciana.

Microrrelato que narra los recuerdos de una anciana envuelta en la verbena de San Juan de camino al sueño eterno.

La guerra estaba declarada. Pólvora creando, a su estallido, un concierto infernal. Junto a la puerta de entrada del piso, el perro ladraba desgañitándose y ella, desde la cama que le pedía descanso a su avanzada edad, se daba cuenta de que, un año más, no podría conciliar el sueño: se celebraba, como cada año, por todo lo alto la verbena de San Juan. Los chavales se divertían desatados en la calle, las azoteas se convertían en salas de baile improvisadas y, desde el lecho, tras cada tentativa de reposo, iba recordando que ella también fue joven. Se vio con Margarita, Pau, Roser y Pere quemando la pólvora de los petardos sin compasión en la edad en que su cuerpo anunciaba al mundo sus formas. Corría, por aquel entonces, campo a través en el extrarradio de la ciudad que la había visto nacer con vestidos predominantemente rojos, apasionada ella, eufórica por entrar en una juventud feliz. Vagaba, desde la cama que buscaba el descanso de su vejez, entre los recuerdos felices. Desvelada ya, su mente fue hacia el accidente que segó la vida de Pau a una edad demasiado temprana, hacia el matrimonio feliz de Roser y Pere, la larga viudedad de Roser, con quien compartió el camino de la vida hasta que, aquella, vio cortado el hilo de la suya y ella se vio a sí misma, longeva, demasiado longeva, víctima del apocalipsis pirotécnico de la verbena de San Juan. Se sintió mareada, pero no supo si era por el intenso deseo de dormir o porque su cuerpo le anunciaba la llegada de un sueño profundo. Se sumió en el indefinido mundo del reposo y sumó sus ronquidos a la orquesta que ofrecía la festiva batalla de la noche. Sudó en un sueño profundo e inquieto, le vino de un fogonazo la imagen de su marido en una lucidez onírica y se sobresaltó sin llegar a despertar. Prosiguió su sueño agitado y, al llegar el alba, cuando la pólvora había cesado en la calle, encontró el descanso final, uniéndose en un mundo más sosegado a sus añorados Margarita, Pau, Roser y Pere.

Microrrelato: De la seducción. La amiga de la familia.

Narración sobre la culminación onírica de un amor de juventud.

Microrrelato que nos cuenta cómo la huella de una seducción de juventud a través de una mujer madura florece en la edad adulta, una vez sanadas las heridas.

De una juventud floreciente surge el deseo incipiente. La mira y la observa, cada vez con mayor interés. Sin saber que ella, ya en el ciclo de la madurez, está manejando las artes de la seducción, atrayéndolo hacia sí. Un día, se ve flirteando con esa atrevida amiga de la familia en una cena, donde no les importa que estén los padres del joven. Irreverentes. La consumación de deseo parece ir acercándose a buen paso pero, un buen día, el alma del joven se rompe, entra en un mundo de confusión que le llevará a un largo período de sombras y carencias afectivas.

Con el paso de los años, en la llegada a la edad que tuvo ella cuando utilizó sus artes, el hombre ya maduro, que no ha conquistado los terrenos del amor como se prometía en aquellos albores de la juventud, se va topando con ella en momentos esporádicos de recuerdo. Incluso, un día, cree distinguirla, ya anciana, caminando a lo lejos por la calle.

La penumbra, que acompañó los años del joven de una forma más dilatada que la esperada, ya sólo aparece en las noches de sueño, pero es una penumbra plácida, de habitual descanso. Y es en una de esas sesiones de cama solitaria y ensueño cuando descubre que no quiere despertar porque está soñando aquel amor que nunca se consumó en la vigilia.

Pensamientos: Frágil estrella del tiempo. Recuerdos de un afecto.

Recuerdos de un sueño que da sentido a un afecto de antaño recuperado en el presente.

Pensamientos que recogen el sueño que cierra el ciclo de un lejano afecto, entre la juventud de mi persona y un hombre que ya peina cabello blanco, en un presente de reencuentro.

En un ambiente onírico, por cuanto tiene de inesperada mi compañía, grata, cálida, entrañable. Tantos años fueron los que pasamos conversando construyendo un puente sobre la frontera que establecía nuestra edad, él con su cabello blanco y yo con mi juventud herida, mesurada y, a la vez, torrencial.

En tales circunstancias paseo por las proximidades de la que tantos años fuera mi casa, mi hogar, ahora disfrutado por vidas diferentes que quieren cumplir su propio ciclo. Conversamos, el hombre ya anciano y yo, al principio levemente, con mucho tacto: el propio de dos personas que, en su aprecio mutuo, hace tantos años que no se ven, en un encuentro que, ya, ni esperaban, salvo por la perenne intuición de que el destino lo obraría algún día. Encuentro, conocimiento, vínculo perdido en el océano del tiempo y, por fin, tiempo recuperado.

Antaño proyectamos futuros, de los que hablamos ahora, en tono risueño, como un pasado consumado. El afecto, interiorizado, se había perdido en la profundidad de la intimidad inconsciente y ambos, peleados con nosotros mismos y nuestros fantasmas, zarandeábamos sin saberlo la confianza que un día nació, el calor que se nos transmitió, pero siempre conservamos en nuestro interior la sabiduría transmitida por el contacto cercano y continuado. Sin duda, frágil estrella del tiempo, el afecto verdadero superó por fin, mientras nos mirábamos, el viejo y yo, al correr de los vientos de la actualidad, las trabas.

Así que, pasado un tiempo en que el recuerdo de este sueño reposa, me siento, el aliento reposado, y escribo este testimonio tan meditado como sentido.

El trance del sueño

Uno entra en el trance del sueño, excitado por las expectativas que le ha generado un día pleno, quizá por la ilusionada reflexión que le ha provocado un repentino movimiento de maduración interior al caer en la cama. Se sumerge en lances que parece poco tienen que ver con la realidad que vive el ojo despierto, quejándose el cuerpo del calor de la noche veraniega o recogiéndose sobre sí mismo en el frío invernal. Pero, a veces, al despertar conserva uno el recuerdo de esos episodios y se siente encajado en la realidad, dotado de sentido por un sueño que ha unido las piezas del rompecabezas. Lo que no lográbamos incorporar en nuestra vigilia cotidiana ha sido digerido en el trance del sueño por la energía de un inconsciente lleno de sentido común, que ha asumido el timón dotándonos, con la directriz de la determinación de los instintos reconocidos, de rumbo.