Microrrelato: En un pueblo francés. Recuerdos de una tragedia.

Breve narración sobre el recuerdo de una tragedia por amor.

Microrrelato en que el autor narra los recuerdos de un anciano en forma de una tragedia que truncó su camino por la vida.

Miro a través de la ventana de este pueblo francés remoto en que he fijado mi residencia desde que dejara de dar vueltas sin rumbo por el mundo, huyendo de la tragedia vivida. Una muerte que escoció, la ruptura de mi familia y una huida hacia adelante, para sobrevivir, recuperarme de la continua sensación de asfixia. Mi mente, ahora, hoy mientras mis ojos recorren la callecita frente a casa, tan diferente de aquellas amplias avenidas de la metrópolis alemana que fue el lugar donde nací, el espacio que me vio crecer y madurar, mi mente vuelve a la tragedia del pasado y una sensación de vértigo me invade al ver la distancia que me separa del suelo de la calle. Lo fácil que sería cometer una imprudencia. Sin embargo, me giro y sigo el ritual al que me he ido habituando con mi estancia aquí: preparo algo que entretenga mi estómago a media mañana, bebo un poco del exquisito vino tinto de la zona y me dirijo con paso calmado hacia el salón. Allí, luce el cuadro que me regaló mi hijo: es ella, su prometida, la amante que cambiara mi vida y segara, en un arrebato de locura, o simplemente por no poder más con la tensión de amar al padre y al hijo, de esconderse, de vivir en conflicto, segara su vida y la de mi hijo de un volantazo. Cuatro palabras antes de morir y se llevó su belleza el viento.

Microrrelato: Hijo de la noche. Una caída.

Breve narración sobre la inercia festiva.

Microrrelato que narra la vida efímera de inercia festiva en el marco de un verano en la gran ciudad.

Tórrido es el verano en que él, pero largo, moreno, ojos marrones y una silueta bien plantada en el suelo que, hacia lo alto, parece tocar el cielo, sale a las calles de la gran ciudad para festejar la llegada del gran sábado. Bien acicalado, pantalón azul de lino y una camiseta que homenajea a su ciudad natal con un gracioso dibujo, flirtea ya con la seducción nocturna.

Se reúne con amigos y atisba la aventura del deseo en la discreta observación de los desconocidos. Habla, bebe, fuma, ríe, baila y seduce. Mientras su vida se va esfumando entre festejos de superficialidad.

Él, que siempre presumió de desear una vida creativa, asentarse en el amor y hacer desaparecer la melancolía creciente que le acompañaba cuando le surgía una chispa de conciencia del tiempo perdido, vivirá y morirá sumido en la más absoluta mediocridad. Él, hijo y víctima de la noche.

Microrrelato: Las sensaciones eran buenas. Encuentro entre juventud y madurez.

Breve narración sobre el enriquecimiento mutuo entre un joven y un adulto.

Microrrelato sobre la conexión entre un alma joven y una adulta, que ven, con ello, un sendero por el que salir de sus tinieblas.

Las sensaciones eran buenas. El joven confuso dialogaba con el adulto introvertido y ambos lograban, con ello, una conexión desde las tinieblas de sus almas. Eran, aquellas zonas profundas de sus seres, heridas invisibles, lugares de incomprensión y genio, que creían convertidas en insondables tormentas interiores. Cuál fue su felicidad al ver un sendero, un camino, una muleta en la que apoyarse: el uno, a través de la inocente extroversión del joven, y el otro, a través de la sabia experiencia del hombre ya maduro. La juventud apuró el que, sin saberlo, sería el cigarrillo que diera por terminado su vicio, y la madurez recobró aquella sonrisa olvidada que, en su juventud, comparaban con la del rostro del añorado padre.

La luz al final del túnel

La luz al final del túnel… Sol, eso es lo que asociaba a este verano, como tantos otros veranos meridionales que he vivido. Y está luciendo con intensidad. Salgo a la calle, camino un trecho y ya estoy sudando la gota gorda. Pero es verano, me digo. Sigo caminando, procurando encontrar el resguardo de la sombra. Al cabo de un rato, me pregunto si habré hecho bien en alejarme tanto de casa, del metro y, en definitiva, de cualquier posibilidad de regresar que no sea caminando. Llego a un túnel y me interno en él con la intención de llegar al otro lado de la calle. Una vez dentro, descubro a una mujer tendida sobre un colchón desvencijado, sobre una sábana roñosa, que parece despertar de un sueño profundo. La miro con atención, convergen nuestras miradas. Ella permanece quieta, tan sólo el parpadeo de sus ojos que descubro a medida que me acerco.

Mi intención es atravesar el túnel lo antes posible. Cuando ya estoy muy cerca de ella, se lleva las manos a cabeza, como si no quisiera saber lo que sucede, y se tumba sobre el colchón. Mi atención, pese a que sigo caminando, no se aparta de ella. Hasta que entiendo qué pensamientos la torturaban hasta el punto de cegarse la mirada con las manos y esconderse del mundo: un hombre elegante, imponentemente fuerte y de trato agradable me pide con suma cortesía que le diga qué hora es. Ha perdido su móvil, está buscando la casa de una amiga y, ahora, se ve perdido en este túnel. Se siente desubicado. Empieza a sudar, se disculpa. Saco el móvil y miro la hora. Se la digo. Me acompaña un poco hacia la salida del túnel y yo me siento más seguro acompañado. En determinado momento, poco antes de que la luz del exterior invada la boca del túnel, queda un paso por detrás de mí. Me extraño. Lo miro de manera instintiva. Veo su gesto agresivo y me pongo en guardia, momento en que descubro una navaja en su mano derecha. Me debato entre plantarle cara, salir corriendo o colaborar. Le pregunto qué quiere y me dice que el móvil y la cartera. Se los doy. Vacía la cartera, quedándose con el dinero en efectivo. Coge el móvil y acerca la navaja a mi cuello, advirtiéndome de que no haga tonterías. Sudo y él empieza a sentirse relajado y animado: parece ver la luz al final del túnel cerca. Sin comerlo ni beberlo, me llevo un golpe en la cabeza que me deja inconsciente.

Luego, mientras me hacen las curas en el centro de salud, sabré que una persona inerme, vagabunda y torturada tuvo suficientes energías como para recogerme, tumbarme en su colchón desvencijado y salir del túnel, ese túnel que parecía su vida, para buscar ayuda. Sí, la vagabunda, la mujer que estaba tendida sobre su sábana roñosa, finalmente plantó cara al episodio vicioso que se repetía día tras día como una trampa para animales en el bosque que era ese lugar. Delató al ladrón, se le detuvo, recuperé mi estima y mi identidad fracturada por el impacto del susto y, ahora, la saludo cada vez que voy a comprar el cupón de lotería en el puesto donde la han ubicado, después de un proceso de reinserción, los de servicios sociales. Los dos hemos visto la luz al final del túnel.